miércoles, 25 de julio de 2012

BUSCAR LA FELICIDAD EN DIRECCION CONTRARIA


Realmente, ¿alguien sabe hacia dónde vamos? ¿Lo saben quienes nos gobiernan? Desde hace tiempo asisto perplejo al espectáculo semanal de la subasta de medidas económicas de ajuste, con todo el boato y parafernalia de las grandes ocasiones, las cuales nos deben sacar de la crisis en la que estamos inmersos, con todos los parabienes de sus ideólogos y mentores en la sombra. Con un tempo in crescendo, nos venden un mensaje demagógico y lleno de palabrería vacía: si la medida tomada la semana anterior era la correcta, aunque sin resultados, la de la semana posterior es todavía mejor. Sin embargo los mercados se encargan tercamente de enmendarlos una vez sí y otra también, dejándolos con el culo al aire. ¿Cuál de las dos posiciones miente? ¿Alguien lo entiende de verdad? Yo no, pero lo sufro...
Realmente, ¿podemos nosotros hacer algo al respecto? Decididamente, sí. Podemos empezar por no empeñarnos en ser los más europeos de los europeos. Saliendo como salíamos de cuatro décadas de oscuridad, la Europa liberal era la luz a la que aspirábamos y la meta soñada. Estilo de vida lleno de “glamour”, con un nivel que nunca habíamos soñado, trufado todo con la grasa saturada del estilo de vida americano. Una grasa ya infiltrada en los ideales y en la historia de la vieja Europa. Hacia esa meta enfocamos todos nuestros esfuerzos, perdiendo por el camino parte, o todo, de nuestra forma de ver y entender la vida. Nuestra vida sureña, mediterránea, herencia de la antigua Roma, de la antigua Grecia y, sobre todo, de la España Califal. Ocho siglos que escondemos avergonzados, como si supusiera una mácula en nuestro pedigrí europeo.
A fin de cuentas, creo que somos más parecidos a un napolitano, a un ateniense o a un libanés. Una forma de ver la vida más visceral y pasional, llena de la luz y de los colores de los atardeceres estivales, cuando empieza a caer el sol y el horizonte se va llenando de los reflejos cárdenos de su adiós temporal. Horas que, desde tiempos lejanos, suponían la salida a las calles después de calor abrasador. Bullicio y alegría en la gente que aventuraban largas conversaciones y debates. Música y juegos por cada rincón de los pueblos y ciudades. Siempre ha sido nuestro estilo de vida, naturalismo urbano y cercanía humana. Pero no nos bastaba, necesitábamos ser más europeos.
Empezamos a imitar, con la subida del nivel de vida, a nuestros vecinos norteños. Había que viajar, donde fuera, pero viajar. Nos engañábamos a nosotros mismo con la excusa de conocer otras culturas, cuando, en realidad, no salíamos del hotel de cinco estrellas, todo incluido. Para todos, también para mí, no me excluyo, cualquier atardecer era más bello y romántico en Tailandia, Jamaica o Méjico, que en Las Alpujarras o Menorca. Volvíamos orgullosos con nuestra pulsera de color, signo inequívoco de nuestro estatus viajero, para acreditar ante los nuestros la veracidad de lo contado. Los atiborrábamos de notas sobre el país, cogidas al vuelo de la propaganda que se encuentra en cada habitación del hotel y nos convertíamos así en expertos conocedores de otras culturas.
Nuestras ciudades se llenaron de grandes centros comerciales donde pasar nuestras horas de ocio. Triste epílogo a una semana de trabajo el volver a encerrarte en un edificio y salir mal comido, peor bebido y con el bolsillo expoliado. Pero necesitábamos ser europeos. ¡¡¡Más europeos!!! Construimos grandes auditóriums en un país con escasa cultura musical, grandes estadios con una educación deportiva precaria, grandes museos con nula atención a las carreras de humanidades y bellas artes. El objetivo estaba claro: estar en el mapa, costara lo que costara. Y costó, mucho.
Perdimos la naturaleza embriagados por la cultura urbanita que vomitaba la televisión como paradigma de lo social. Perdimos la cercanía con los de al lado, convirtiéndonos en unidades individualistas o, como mucho, de guetos. Perdimos lo nuestro al sobrevalorar lo extraño. Hemos perdido nuestra personalidad, asumiendo la de los otros. Celebramos Halloween con más ardor que en Nueva York, nos hacemos alemanes con más pedigrí ario que Otto Von Bismarck para celebrar la fiesta del Oktoberfest, sustituimos el bocadillo de jamón por una bomba de carne llamada hamburguesa como si hubiéramos vivido toda la vida en Manhattan. Y así hasta donde una quiera contar. En lugar de hacer grande lo nuestro, lo sustituimos por lo de los demás. Pero pagando. Ya no conocemos al vecino de rellano, al tendero de la esquina, al dueño del bar de toda la vida. Ya la primavera no empieza cuando despuntan las nuevas hojas y flores, sino cuando lo deciden unos grandes almacenes.
Pero hay que darle la vuelta. Caminar en dirección contraria a la que nos quieren imponer. Tenemos que darle la espalda a todo aquello que suponga sacrificio en pos de una idea que no es la nuestra, perdiendo por el camino nuestro ser. Hay que utilizar la armas que están a nuestra disposición, como la iniciativa popular, y con nuestras firmas, cuando por Decreto Ley nos legislen impuestos europeos, vayamos en dirección contraria y exijámosles sueldos europeos, cuando nos digan que somos Europa, vayamos en dirección contraria y exijamos al mismo tiempo políticos con suficiente nivel cultural para representarnos en ella, cuando nos impongan leyes y normas atrincheradas en el catolicismo más rancio, vayamos en dirección contraria y exijamos volver al librepensamiento del Renacimiento o la filosofía griega, cuando nos pidan participar en el ejercicio democrático de las elecciones, vayamos en dirección contraria y exijamos primero un posicionamiento claro de los partidos políticos en función de nuestras peticiones y expulsemos de la democracia a quienes no acepten nuestras exigencias. Es hora de posicionarse como poder social real y darles la espalda, aceptando nuestro papel como los únicos responsables de nuestro futuro.
A fin de cuentas, antes que estar en un club de cualquier ciudad europea bebiendo un coctel en plan moderno, prefiero estar en cualquier pueblo, bebiendo una cerveza, a la sombra de un granado.      

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