miércoles, 11 de julio de 2012

DE SIERVOS Y HOMBRES


Quisiera poder decirte algo esta noche, pero ¿cómo? Las ilusiones se desangran en un enorme charco de miedo, cortándose las venas con los acerados filos de las hojas de los periódicos que, como un abanico de guadañas de muerte, anuncian cada día el dolor de sacrificios constantes y, como única salida, cobarde, sí, pero legítima, ante la visión apesadumbrada del presente, deciden finalizar su recorrido. Los sueños inocentes se quiebran como las ramas secas sacudidas por el viento del otoño, arrojándose al vacío en caída libre hasta chocar con la tierra que un día les regaló, sin pedirle nada a cambio, el vigor que supuso su crecimiento. Es loable y triste a la vez su intento baldío de fundirse con su origen antes de la llegada del más crudo de los inviernos.
Zombificación. Ante mis ojos van surgiendo las palabras que tecleo en el ordenador como si fuera otra persona quien las estuviera dictando. Es difícil concentrarse en algo cuando el inconsciente se empeña en intentar explicar, en intentar explicarse cómo se llega a este estado de desilusión y desesperanza personal y colectiva. En qué momento este país quebró la línea de la alegría y la tiñó de la tristeza más infinita. Personas que caminan de forma automática, que actúan de forma automática, intentando, sin conseguirlo, que pasen los días y acabe la pesadilla. Las calles y las ciudades se vacían y quedan en soledad cuando buscamos refugio en nuestras casas, esperando en vano que no se fijen en nosotros, que no seamos los siguientes en la cadena de destrucción social, haciendo que nuestro pequeño mundo pierda la alegría de vivir. Sociedad de zombis en busca de un futuro al que abrazarse.
Resignación. Es tan difícil intentar sacudirse su significado. Sin embargo tengo la sensación de que hemos empezado a considerar normal esta anomalía cobarde del comportamiento. Envenenada herencia de una educación religiosa de un tiempo no tan lejano  que ha conformado una arquitectura en la forma de gobernar donde es preciso que aceptemos sin preguntas cuantos sacrificios se nos impongan. Entregando un cheque en blanco a unos gobernantes, cualquiera, todos los gobernantes, sospechosamente incapaces de revertir esa generosidad en beneficio de quienes creyeron que este camino de tierra capitalista era la vía definitiva hacía el progreso continúo. Mentiras disfrazadas de triunfo. Ahora comprendemos, tarde, que el capital solamente se preocupa de sus iguales y que nosotros solamente tenemos sitio en la cadena productora de beneficios para los otros. Socialdemocracia vendida por un plato de lentejas invitada a la cena de los idiotas. Deberíamos bajar a la mina y empaparnos de espíritu combativo. Salir a la calle a reformar un estado capitalista salvaje, que en lugar de eliminar de sus estructuras políticas y económicas los desequilibrios puestos de manifiesto, incide en sus dañinas propuestas realizando una contrarreforma de carácter fascista e integrista.
Cobardía. Sí, somos cobardes. Por aceptar el estado de las cosas oponiendo solamente una posición formal de descontento. Conformándonos con las migajas democráticas, que en forma de elecciones, nos ofrecen cada cuatro años. Sin intentar con la suficiente fuerza de la razón, el desalojo anticipado del gobierno de quienes engañaron para conseguir un poder trufado de corrupción y desprecio por la legalidad, favoreciendo intereses de clase y desmontando ante nuestros ojos una forma de vivir y de pensar. Y en todo caso por no apoyar con la suficiente presencia la valentía de quienes si salieron a la calle a luchar por lo de todos.
Renacer. Es preciso y cuanto antes. Salir a la calle y decirles que no, que no aceptamos sus medidas. Que no tenemos nada de que avergonzarnos y que nuestro intento de vivir un presente y un futuro mejor no puede ser usado de manera torticera para culpabilizarnos de un estado de las cosas que ellos deberían haber sabido atajar a tiempo. Y elijamos nosotros el momento de la historia que queramos protagonizar. Sin nos llevan a vivir un presente con las condiciones sociales de principios del siglo XX, llevémoslos nosotros a finales del siglo XVIII, tiempo de Revolución Francesa y hagamos que rueden, intelectualmente, o no, las cabezas de quienes creen que somos sus siervos.        

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