miércoles, 20 de junio de 2012

QUIZAS PORQUE VENUS SE ASOMO AL SOL


Apenas hacía una hora que se habían visto cuando él recibió su llamada de forma inesperada. Se habían despedido como siempre, de forma rutinaria y convencional, entre los adioses y despedidas de ida y vuelta de los demás, sin que en su mirada, la de ella, hubiera el menor atisbo de lo que el destino le tenía preparado. Por un instante quedo mudo al otro lado del teléfono, nunca pudo imaginar, pero fue recuperando su ritmo cardiaco al compás de las palabras, que de forma acompasada surgían de aquella voz que tenía la facultad de encender su imaginación y transportarle a mundos, no por imaginados, menos reales.
Aunque era tarde ya, la reunión en la que habían participado con otros amigos se había demorado un poco, ella le invitaba a tomar un café en su casa y hablar. ¿De qué? Hablar de todo y, en especial, de lo que en secreto para los dos parecía estar ocurriendo. Algo sobrevenido desde tiempo atrás, siempre en pendiente, como esas cartas intercambiadas entre dos enamorados, que después de rota la relación, su destrucción dolorosa siempre se deja para mañana, no encontrando nunca el momento propicio. Como si fueran el hilo que salva del olvido una parte de sus vidas, sin la cual quedarían emocionalmente amputados.
Como aún no se había desvestido, realmente acababa de llegar, solamente cogió las llaves del coche y salió de casa, otra vez nervioso, rumbo hacia lo desconocido. Porque desconocido era lo que le esperaba, apenas sin referencias a las que agarrarse e intentando imaginar preguntas y respuestas que le sirvieran de guión y calmaran los instantes iniciales, los más difíciles, de su encuentro. Intentado responderse ¿por qué ahora?, aunque bien sabía que eso era lo menos, lo importante era que podía ser ahora. Y así, sumergido profundamente en estos pensamientos, llegó a su casa sin recordar siquiera que camino había seguido, como si su coche hubiera adquirido vida propia y apiadándose de él hubiera tomado los mandos con el objetivo de llegar cuanto antes.
Como un colegial al que han pillado en falta y llama a la puerta del director del colegio, llamó al timbre del portal y sin preguntas se abrió la puerta, señal de que había visto su llegada. No tomó el ascensor, prefirió subir las escaleras alargando un poco el tiempo concedido para la calma necesaria. En el momento de llegar al rellano se abrió la puerta y una sonrisa tentadora de promesas apareció en el umbral. Ella le invitó a pasar y se saludaron con dos besos que sin querer, o quizá ya queriendo, fueron más intensos y prolongados que lo que establece el protocolo ordinario. Se sentaron en la terraza y ella trajo el café prometido. Ya eran las doce de la noche. Una noche estrellada y limpia, presidida por una atractiva luna roja, bajo la cual se sentaron uno al lado del otro, en silencio, ya que ninguno se atrevía a romperlo, solamente sus ojos mirándose y sonriendo sus labios nerviosos, reconociendo en su interior que el estar allí ya quería decía algo.
Por fin ella comenzó a hablar. Se interrogaron todos los porqués y entre los dos se fueron dando todas las respuestas. Así fue pasando el tiempo entre risas y cervezas, el tiempo del café de llegada ya había dejado paso al tiempo de estar. Cada vez más cerca el uno del otro, cómplices de un momento que marcaría de inicio el día al que le faltaban cada vez menos horas para clarear. Daba igual quién hubiera tomado la iniciativa, ella la tomó y el estaba ansioso por recibirla. Lo importante para ellos era el resultado tantas veces demorado. Después de un silencio compartido, él la besó en la boca y, sin darle tiempo a decir nada, le dijo que le gustaría quedarse. La audacia cometida era proporcional al miedo a la respuesta, pero éste se difuminó al ver su cara iluminada por la luna y oírla decir: “sí”.
Aquella noche hicieron el amor con la intensidad de tantos deseos y momentos esquivados. Tiempos perdidos en vidas paralelas tan cercanas y a la vez tan lejanas. Ausencias y reencuentros amistosos que en realidad escondían un amor soterrado que necesitaba salir a la luz. La cama como campo de batalla incruento donde dirimieron el gran combate estelar de esa noche, donde el último golpe de campana supuso el final del error de no haber sabido reconocerse el uno en el otro y admitir sus sentimientos mucho tiempo atrás. Aprendiéndose sus cuerpos de memoria una y otra vez, juntando sus sudores con el deseado esfuerzo compartido. Al final, acabaron durmiéndose el uno sobre el regazo del otro, satisfechos y sabiendo que, por fin, ahora estaban juntos.
Les despertó el sol que entraba de manera luminosa por los amplios ventanales de la habitación. Desperezándose lentamente, se volvieron a abrazar, temiendo que lo sucedido fuera un cuento sin final feliz. Pero los dos sabían que ya no era posible que esto sucediera. Era su primera noche juntos y sería para siempre. Se sentaron en la terraza, aún llena de sus voces de la noche pasada, y tomaron un café, su primer café de su primer desayuno en común, con el deseo de salir cuanto antes a la calle para compartir vida, su vida. Pero antes, no había prisa, disfrutaron de su intimidad. Habían conseguido unir sus tiempos y, por tanto, tenían tiempo de sobra.             

1 comentario:

  1. Este relato, merece ser leido mientras se escucha el Claro de luna de DEbussy.

    Un beso.

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