Está asomado a la noche.
Miles, cientos de miles de vehículos han desfilado delante de sus ojos a lo
largo de los últimos años. Viéndolos pasar, se pregunta: ¿qué personajes e
historias estarán representando sus ocupantes? Siempre se ha sentido como un
“voyeur” de los instantes fugaces en que estos viajeros ocasionales comparten
con él esa línea invisible de unión por la observación. Aunque en este caso sea
inequívocamente unidireccional. Que él sepa nadie reparó en su distante
presencia. En caso contrario, se preguntaría ese viajero por su pequeña
historia, por su papel en la misma o, simplemente, giraría la cabeza
perdiéndose en su memoria la imagen distanciada.
Desde la terraza de su
apartamento las luces esquivas aparecen y se esconden al ritmo de los
obstáculos que se interponen entre sus ojos y el movimiento continuo de los
vehículos. Como si fuera una metáfora de la vida, surgen de forma amistosa ofreciéndole
su cara más lúcida y luminosa, acercándose velozmente hacia él. Pero
rápidamente pasan de largo, sin desear quedarse, y sus luces rojas, como
señales del adiós definitivo, van perdiéndose por el oscuro horizonte de la
noche hasta desaparecer de su vista, sin darle siquiera tiempo a escribirles
unas pequeñas líneas de los papeles, que como actores ocasionales de su obra,
sin querer están representando en su imaginación.
Quizás porque somos más
de partidas que de llegadas. Huída tras huída, porque somos incapaces de llegar
y quedarnos. Fuga tras fuga, porque las rejas castradoras aprisionan nuestros
sueños. Eterno viaje de búsqueda accidental, siempre en la dársena de la
estación, la más alejada, esperando ese autobús que nos lleve a otra estación
de salida. Siempre en ese eterno viaje, continuas despedidas, que como banco de
pruebas, augura el viaje eterno.
¿Qué circunstancias
pueden haber originado dichos viajes? Acaso, la búsqueda de un nuevo horizonte
donde no perderse de nuevo. Tener la falsa ilusión de protagonizar nuevas vidas
superando el ahogo y la limitación de la única que nos han dado, con la sombría
certeza de que desaprovecharemos todas. Sin apenas darnos cuenta de que lo que
llamamos nuevas vidas no son más que compartimentos estancos, etapas estériles
que creamos con la falsa ilusión de superar nuestro limitado tiempo, teniendo
al final la equívoca sensación de haber vivido mucho, pero la certera sensación
de que poco rato. Acaso, nuestra habitual torpeza provoca el viaje de despedida
definitiva de un tiempo y un espacio que nos es arrebatado de las manos sin
remedio, quedándonos sin la seguridad del mundo creado a nuestro alrededor y
despojados de todo futuro. Acaso, salimos continuamente de viaje con el
objetivo de conseguir dejar atrás todos los recuerdos acumulados en nuestro
particular Diógenes emocional. Como si esa huída nos salvara de la destrucción
bajo el peso de esos recuerdos.
Cuando realmente es
imposible huir porque todos esos recuerdos viajan con nosotros, formando parte
de nuestro equipaje particular, condicionando nuestros postreros actos bajo su
dictadura implacable. No existe la dicotomía de viaje interior y viaje
exterior. Todos en realidad son viajes interiores. En cada uno de ellos, hasta
en los más prosaicos, la mente viaja por su cuenta por el recuerdo, recuperando
historias vividas. En otras ocasiones, viaja al futuro por venir, haciéndolo
presente durante el viaje. Lo de menos es el viaje material.
En las noches despejadas
y cuajadas de estrellas, el cielo nos avisa y aparecen en él luces
intermitentes, que como sirenas, nos revelan la existencia de otros viajes más
largos en el tiempo y en el espacio. Miles de kilómetros recorridos a gran
velocidad, como si quisiéramos invertir el tiempo y ganarlo. Estelas que van
dejando en el celuloide estelar las impresiones de su movimiento, aunque nunca
veremos su llegada. Si es que acaso hay una llegada. Si acaso es definitiva.
Cuando mira al cielo
recuerda uno de sus viajes. Lejos, muy lejos. Distancia real y emocional. Más
dura la segunda que la primera. Invirtiendo el tiempo y el espacio hasta acabar
dándole la vuelta, quedando lo que estaba arriba en la zona de abajo. Casi sin
tiempo para estar pero anudando lazos que no se desataran jamás. Tan cercana
puede ser la ausencia como extraña la presencia y, por eso mismo, viajando
siempre con la imaginación a aquel lugar. Siempre de viaje: al recuerdo, al
futuro, a otro lugar…
Me encanta que vuelvas a escribir relatos que no tienen que ver con la política.
ResponderEliminarEste remanso de sentimientos y de historias en las que nos imaginarnos como protagonistas, se merece que de vez en cuando vuelvas a el, a los inicios y a esas historias que nos enganchan.
Bastante turra nos dan con la política, la prima, el no - rescate...
Por lo menos aqui, la vida parece diferente.
Un beso. Noe
Gracias, Noe. Sé que este es mi lugar. Pero hay que vivir tiempo para luego poder contar.
EliminarQuienes cruzan el mar cambian de cielo, pero no de alma
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