¿De
dónde salían esas voces que llevaban hostigándole desde el sábado por la tarde?
Seguían resonando en su cabeza sin poder apartarlas aún cuando se empeñara en
pensar en otra cosa. Puede que tuviera que ver con la avalancha de noticias
sobre el rescate del sistema financiero español, que se había producido desde
que se conoció el hecho. Se había visto todos los programas de televisión y
oído todos los de radio para intentar llevar algo de luz y de razón a su corto
entendimiento. Incluso había estado leyendo un par de diarios digitales con los
que completar su visión sobre dicho asunto.
Pero
ahora no estaba oyendo la radio y la televisión estaba apagada. Era como si
esas voces no tuvieran la particularidad de perderse en el tiempo y el espacio
y quedaran colgadas en el espectro mental de su cabeza, acumuladas, circulando
por sus circuitos neuronales en un bucle sin fin. Cuando cerraba los ojos las
voces cobraban su imagen original, aquella imagen que las había pronunciado, y
como en un escenario de tragedia griega, se colocaban en círculo, en el cual,
él, como un aprendiz aplicado, tomaba camino hacia la locura.
Sentado
en el sofá de su casa era consciente de que el camino había comenzado. De
pronto las paredes de su salón empezaron a volverse del color blanco. Un tejido
mullido empezó a recubrirlas con el dibujo atávico de aquellos sofás vintage de
botones tan característicos. Los enseres cotidianos fueron difuminándose poco a
poco y acabó, en su imaginación, sentado en el centro del cubo. El mismo quedó
vestido de blanco, con un mono sin bolsillos y unas mangas más largas que sus
brazos que se ataban a su espalda. Se sentía cómodo en esa situación, ya que
las voces habían desaparecido y el silencio era completo. Pero ¿qué era lo que
le había llevado hasta allí, si no recordaba nada? Se levantó y empezó a dar
vueltas por la habitación hasta que recobró la realidad de su situación. Nada
había cambiado y las voces seguían allí, en su cabeza, sintiéndose preso en su
propia casa.
Fue
hasta la cocina y rebuscó en el pequeño botiquín de urgencias que tenía para
situaciones cotidianas. Encontró en una caja unas pastillas de color azul, las
más “populares” entre los consumidores de fármacos para la razón, en cuyo
prospecto indicaba que servían para mitigar el dolor de cabeza en situaciones
de fuerte migraña con alteraciones de la visión. Se tomó una doble ración de
las mismas y volvió al salón. Drogado, en ese instante empezó a sentir que
flotaba y que todo a su alrededor se volvía melifluo y reptante. Comprobó que tenía
la facultad de subir por las paredes y decidió ver desde otro ángulo el sentido
de las cosas, acabando colgado del techo, como una araña, desde el cual
observaba a sus sombras, con sus caras ocultas, discursear su vomitivo mensaje
con las voces que resonaban en su cabeza. No sabe cuánto tiempo estuvo en aquel
estado de embriaguez mental, pero se despertó en el suelo, acurrucado como un
niño y desnudo. Observó que encima de la mesa estaba el libro de Kafka, La
Metamorfosis que había estado leyendo.
Empezó
a sospechar que aquellas voces de rescate financiero lo que realmente estaban
produciendo en él era una distorsión de su realidad más cercana, haciéndole
vivir mundos paralelos al real con el objetivo de que su capacidad de
raciocinio y reflexión quedara anulada y no supusiera ningún peligro para lo
que significaban. Dispuesto a impedirlo de la manera que fuera, realizó algunas
llamadas telefónicas, pero ninguna tuvo respuesta. Puso la radio, pero
solamente se escuchaban las mismas voces. Cada vez más fuera de sí, encendió el
ordenador por si en alguna red social la gente se estaba organizando para el
contraataque, sin embargo las redes ya habían sido abducidas y en las páginas
solamente se veía un color blanco de fondo y mensajes con el texto repetitivo
de las voces, que surgían del fondo de la pantalla en un caleidoscopio sin fin.
Aterrado,
no sabía bien si por su locura sin freno o porque en su locura creía que el
mundo se había vuelto loco, encendió la televisión como último recurso de
enlace con el exterior de sí mismo. La pantalla tardó en tomar vida y cuando lo
hizo aparecieron en ella extraños personajes entre los cuales identificó a una
troika vestida de negro de aspecto patibulario, al presidente del gobierno
encerrado en su eterno conjunto vacio, al ministro de economía negando el
rescate con el dinero en la mano, a algunos presidentes de bancos españoles en
agradable camaradería con el babero y el cuchillo en la mano y al presidente
del Fondo Monetario Intencional sumando intereses en una calculadora que no
paraba nunca. Su imaginación desbocada iba añadiendo los personajes de los
cuentos de su infancia que alguna vez le había provocado algún temor. De pronto
la imagen de la televisión empezó a girar como si fuera el tambor de una
lavadora, tomando cada vez más velocidad y mezclando a todos los personajes.
Como en un viaje astral, se vio salir de su cuerpo y penetrar en aquel
centrifugado irracional y como todo el salón y toda la casa se volvía una
lavadora gigantesca girando cada vez más deprisa y sin control.
Horas
más tarde se despertó con un fuerte dolor de cabeza. A su alrededor, en la mesa
del salón había una botella de vino vacía, un par de porros terminados y una
caja de pastillas, a la que le faltaban unas cuantas, que recordaba que se
había tomado por la mañana para mitigar su malestar. Atontado todavía por la
pesadilla, cogió el mando a distancia y encendió el televisor. En la pantalla
se recortaron las figuras soñadas publicitando el rescate español como la única
solución a los problemas estructurales del sistema financiero y como eso no iba
a suponer ningún sacrificio para el ciudadano de a pie. Creyó intuir en sus
caras una sonrisa culpable, pero podía ser que todavía estuviera en niveles
altos de inconsciencia.
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