miércoles, 14 de marzo de 2012

UN DIA CUALQUIERA DE MARZO


Hoy es un día cualquiera para él. Podría ser ayer o mañana. Se levanta desanimado y descontento. Sabe que se ha producido lo que desde algún tiempo sospechaba que iba a pasar. O mejor dicho, algo que cree que debería haber pasado ya. Sin saber la razón, algo se ha roto dentro de él y un chasquido o un cambio sin motivo aparente ha hecho que lo que antes tenía su razón de ser, aquello que ha formado parte sustancial de su vida y había condicionado en cierta medida sus días, careciera de sentido ahora. Va sintiendo que debe ir dejando trozos de su vida, hasta este momento importantes, y pasar el testigo imaginario de la misma, ese que él creía tener en sus manos, a los demás. A nadie en concreto sino a alguien, al primero o a la primera que pase a su lado. Y tiene que prepararse para ello, sabe por experiencia que si las pérdidas ya pasadas pueden doler todavía, más pueden doler las pérdidas por llegar, avistadas más cerca que lejos, ya por el horizonte. Inmediatas y sin remedio y que no por programadas dejarán de lacerar el corazón.
Quizás, como decía la canción de los Celtas Cortos, se ha hecho viejo de repente y aquello que en estado latente convivía con él esperando su momento, se ha hecho notorio y ha cambiado la luz que lo iluminaba atenuando su fuerza y dejando entre sombras lo que desde hacía algún tiempo era una manera de ser y de pensar. Una forma de vida quizás alargada en exceso y que ya no pasa la prueba de la luz natural y que por ello ha vivido en los últimos tiempos al calor de esas luces macilentas de garito patibulario y marginal que esconden las arrugas y la miseria, creando un mundo a medida, pero falso. Como los ejércitos soberbios y prepotentes ha cruzado la frontera y avanzado sin sentido en territorio desconocido y ahora carece de las líneas de suministro que proporcionan los jóvenes años. El invierno se ha echado encima y es imposible retroceder en el tiempo y solamente queda resistir y esperar la clemencia de la madurez llegada de manera aplastante e intempestiva, reclamando lo que desde hace tiempo debió ser suyo.
Pero el hecho de que se encuentre de repente en esta situación no le hace olvidar que las señales de lo que iba a ocurrir ya estaban ahí desde hace tiempo. Que si siempre vio el vaso medio lleno, últimamente lo veía siempre medio vacío. Que el pesimismo se había convertido en la coordenada que guiaba sus decisiones en una suerte de determinismo fatal. Que las actividades que antes le producían placer se habían convertido en rutina con los años, quizás porque veía acrecentarse a su alrededor la autocomplacencia y la dejadez de responsabilidades en asuntos para él importantes. En esta encrucijada de caminos vitales sin señales orientativas, entendía muy bien que debía apartarse, pero no sabía si poco o poco o de manera radical. En cualquier caso le iba a doler eligiera el camino que eligiera. De hecho, lo ocurrido la noche anterior le dolía al recordarlo porque nunca pensó que llegara ese momento, él que había estado siempre en primera línea. Quizás el proceso de metástasis emocional estaba ya bastante avanzado sin darse cuenta y ya estaba tomando inconscientemente decisiones en la dirección del destino sin retorno de la insatisfacción.
¿Debería, acaso, sentarse en el banco de su juventud y explicarle su vida? ¿Tratar de justificar todos estos años para que al fin tuvieran sentido? Deseaba seguir viviendo y cantando y bailando y seguir siendo parte de esa caravana de trotamundos a la que hasta ahora había pertenecido, sin destino fijo, sin ataduras, sin país ni bandera, y recibir los besos de una gitana cuyo amor le hiciera engancharse de nuevo a sí mismo y a la vida. Quizás solamente fuera el desánimo propio de los cambios que constantemente se producían a su alrededor y que ya no los asimilaba con la rapidez de antaño. Quizás era solamente que reflexionando sobre ello alejaba esos fantasmas en una suerte de auto-sicoanálisis para poder seguir hacia adelante. Quizás es que se preguntaba a menudo cuánto nos faltaba, señal inequívoca de que el tiempo no era mucho ya. Quizás, sabiendo como sabía que el silencio siempre le acechaba, era que echaba algo en falta. Quizás…     

3 comentarios:

  1. esta vez nose que ponerte.
    Sólo que últimamente tus relatos son muy melancólicos y echo en falta algo de ese humor ácido y un poco negro que te caracteriza.
    por cierto me gusta la nueva distribución y la letra.
    Un saludo. Noe

    ResponderEliminar
  2. tocame las huevos... ufff, que trascendental, me gustan más los chascarrillos... ya sabes lo que nos hace reir de vez en vez.

    ResponderEliminar
  3. No es que se parezca al libro, pero
    el título de tú relato debería ser
    "la insoportable levedad del ser"
    Un beso.
    L.P.I.

    ResponderEliminar