miércoles, 7 de marzo de 2012

NO ME GUSTAN LOS DOMINGOS


             Apenas abro los ojos y una sensación de desánimo me embarga. Puede que sea el haber dormido poco y mal o el resultado de un alcohol mal metabolizado, o sea, lo que se llama vulgarmente resaca o una mezcla de los dos, pero no tengo ganas de levantarme y luchar contra el mundo que en este momento pienso en contra. Aún así consigo incorporarme y llegar a la cocina, donde un desayuno a base de café con leche y unas pastillas de ibuprofeno intentará erradicar este malestar físico que me acosa. Del malestar psíquico no hay remedio. Pero ¿por qué las mañanas de los domingos son siempre iguales?
            Puede que la respuesta esté en que, como dice el titulo, no me gustan los domingos. Siempre he tenido la sensación de que este día, tan señalado para una parte de la sociedad, la que va a ir al cielo, no es más que un paréntesis chungo entre el sábado divertido y el lunes laboral. Es como estar en el banquillo de los acusados esperando un veredicto. Nada que hacer, solamente esperar. Así que armado de valor, salgo a la calle a cumplir con las reglas sociales del buen ciudadano de provincias e integrándome en la masa, me voy a pasear hasta la Catedral. No es que vaya a pedir perdón por mis pecados, estoy relativamente orgulloso de ellos, sino que con el frescor mañanero, espero que se me quite la pesadez mental y el malestar general.
            Caminando por la Rúa de los Notarios, empiezo a soñar despierto, puede que me pasara con el ibuprofeno y me haya colocado, y sumergido en la gerontocrática sociedad zamorana, me creo el niño de la película El sexto sentido: “a veces veo jóvenes”. No sé, puede que el sábado por la noche, en pleno éxtasis orgiástico, no me haya enterado de que he cogido un tren y he acabado en Benidorm. Sincronizados como las muñecas de Famosa, procesiones de mayores, con todos mis respetos, caminan de un lado al otro de la ciudad en eterno paseo dominical matando el tiempo, mejor dicho, asesinando el tiempo de una ciudad acabada y al margen de todo futuro.  
            Abrumado por todos estos pensamientos que van y vienen en mi cerebro, no dejándolo descansar, empiezan a repicar todas las campanas de todos los campanarios de todas las iglesias de Zamora. ¡Cuándo no es fiesta en la casa del Señor! Bueno, en las casas del Señor, que si pagara impuesto de patrimonio, mal le iba a ir con la segunda residencia, la tercera…. Tiene infinitas casas donde pasar las vacaciones. Los demás una y mal acabada. Que desigualdad, por Dios. Supongo que el gobierno le exoneraría de tributar, los muy píos. Además el Señor señalaría la casilla de la Iglesia, faltaría más.
            Cansado entro en un bar, prefiero volver al alcohol que seguir escuchado el infinito repiqueteo de las campanas, que no acaba nunca. Estos católicos deben ser muy perezosos sino no entiendo la duración de la llamada al rezo. Pensar en un vendedor de Biblias a domicilio que se tirara quince minutos llamando al timbre. Si ya habéis pensado en que haríais con él, no os avergoncéis, yo haría lo mismo. En el bar, no sé bien como, empiezo a recordar la manifestación de los hosteleros de la calle Los Herreros del día anterior. Escasa por no decir otra cosa más fuerte. ¿Dónde estaban los clientes jovencitos que se divierten en la misma y que solamente abren la boca para exigir, pero que luego a la hora de arrimar el hombro, se desvanecen? Estarían durmiendo la mona. Su lema debe ser: “dame pero no me pidas, que paso”. Pero lo que más de llamó la atención fue las risas de algunos agentes de la Policía Nacional que esperaban en la Plaza Mayor al ver la escasa entidad de la exigencia. Debieron pensar que para eso no hubieran venido, que en Valencia, paraíso del policía belicoso, se divierten más y mejor. Como que se realizan más.
            Después de caminar sin rumbo un par de horas, empiezo a llegar a una especie de estado consciente vegetal. Quiero decir, que eres consciente de todo pero como que lo ves desde lejos, desde fuera. Más claro, la resaca se atempera y entra en estado larvario, está pero no está. Paso junto a la estatua de D. Herminio Ramos y veo como otra vez le han roto las gafas. Se me ocurren dos opciones: o se trata de alguien que quiere simbolizar la venda que en esta ciudad se le intenta poner a los que todavía mantienen una mente reflexiva y crítica con ella o es el residuo cafre juvenil que nos queda en Zamora. Me inclino por la segunda. Haría mejor el escultor en ponerle lentillas a la estatua.
            En fin, que después de unos vinos oyendo a la parroquia semanasantera discutir sobre los mismos problemas sin solucionar de todos los años, ya estamos en tiempo, y una comida que se negó a hacer la digestión, me puse a practicar un poco con el piano. Dicen que la música amansa a las fieras, aunque cuando tengo que tocar en clave de fa y algún acorde disociado, me entran ganas de tirar el piano por la ventana. Asco de domingo. 

7 comentarios:

  1. ¡Gerontocracia!
    ¡Toca tan fuerte que te haga olvidar!
    un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Que no Carlos, que el problema es que los jóvenes el domingo por la mañana no salen. Más bien acaban de entrar en casa y están durmiendo hasta bien entrada la tarde. Por eso (y no porque esta sea una de las ciudades más envejecidas de España) no ves a ningún joven en tus paseos domingueros.
    Si es que... hay que decírtelo todo...
    Bsss
    Noe

    ResponderEliminar
  3. Yo creo Carlos,

    que lo que tenias hacer es no salir los sábados, y todo arreglado.........

    ResponderEliminar
  4. entonces, cafe torero el sabado?..

    ResponderEliminar
  5. Hay un remedio para el vencer el hastío del domingo. Desayuno y...a pasar el aspirador, limpiar el polvo de la estantería,... Acabas tan harto, que estás deseando que llegue el lunes para ir a trabajar.

    ResponderEliminar
  6. A ver...Si se sale, se sale con todas las consecuencias y punto. Además,me parece que tú no eres de los que se beben la destilería de Jack Daniels entera. A si que a tí esta vida no te va a matar.

    Loca por incordiar.

    ResponderEliminar