martes, 28 de febrero de 2017

FICUS DE DESPACHO

                    ¿Puede alguien ajeno, en principio, a la función pública, digamos que un sexador de pollos o un actualizador de libretas de crédito, decidir sobre los intereses generales y la orientación administrativa de la misma? Pues, aunque en principio creamos que no, la realidad cruel y torticera nos dice que sí. Para que esto ocurra solamente hace falta que su curriculum esté vacío de capacidades para el cargo pero, por el contrario, esté repleto de contactos en el partido, servilismo a flor de piel y tener una pronunciada tendencia a abrazar farolas. Eso y que la decisión dependa de una libre designación, formula de baremación basada, la mayoría de las veces, en las ciencias ocultas, en mancias varias o en el tarot de madrugada.

            La administración española, basada en el modelo francés, que establece la independencia de aquella de los gobiernos políticos de turno con el objetivo de que la alternancia política no influya en el devenir administrativo del país, está siendo infectada por la voracidad pestilente de unos partidos políticos más preocupados en la conquista y ocupación del espacio administrativo que de llevar el bienestar a la ciudadanía, unas veces con el objetivo de colocar al mayor número de sus militantes sin oficio ni beneficio, cuando no por el más peligroso de los objetivos: manipular los resortes administrativos en su propio beneficio, obteniendo provecho de la posición y perpetuarse en el poder conseguido.

            De esta forma, se va abriendo en la administración una brecha en su estructura orgánica haciendo que el número de puestos de libre designación crezca en función de los intereses del partido político gobernante y que el nivel de los mismos, a efectos del engranaje administrativo, descienda hasta los cargos meramente técnicos, perjudicando el normal funcionamiento de la administración que está en contacto permanente con el ciudadano, perdida la mayoría de las veces en diatribas o riñas de patio de colegio entre cargos políticos de medio pelo. A todo esto debemos añadir todos esos mendicantes de la política que pululan por las distintas administraciones como personal eventual o de confianza sin más ocupación que la de cargar sobre las arcas del estado unas retribuciones costosísimas y que no guardan, la mayoría de las veces, relación con el correcto desempeño de sus teóricas funciones.

            A diferencia de la tendencia en boga, urge reformar la administración en sentido contrario. Eliminar en su totalidad la libre designación de la estructura orgánica, limitándola a los altos cargos de la misma, aquellos precisamente que requieren de personal de confianza dadas su limitaciones, ¡tienes cojones la cosa!, dejando el resto del entramado administrativo en manos del personal técnico adecuado, independiente de los vaivenes políticos de turno por haber obtenido su plaza por concurso puro y duro y libres de las ataduras de personajillos varios con ínfulas de predicadores del viejo oeste.

            La administración es otra cosa que vender burros o motos al personal o sacarse fotos inaugurando “pantanos”. Purgar el sistema de los elementos no afines, díscolos con la mediocridad reinante en este tipo cargos o, simplemente, reacios al bandolerismo político es mostrar la insuficiencia personal para desempeñar puestos de trabajo, que elucubrando, nunca hubieran ocupado de haber sido necesaria una oposición.

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