Ya
he apuntado en alguna que otra ocasión que la tan cacareada Transición española
no fue más que una gran alfombra en la cual se escondieron las vergüenzas del
pasado más inmediato, la dictadura franquista, sin que ninguno de aquellos de
los que participaron en ella, la iniciaron, la desarrollaron, la mantuvieron,
la utilizaron: abuelos, padres, hijos, nietos, fueran juzgados y pagaran por
ello. Al contrario, los políticos y las clases dirigentes económicas fascistas,
se dieron, gracias a la Transición, una patina de democracia que les sirvió,
con la anuencia del resto de partidos surgidos de la clandestinidad, para
proseguir su camino, ahora en democracia, sin rebajar ni un ápice su estatus y
su poder.
Aquel vodevil barato, sirvió,
además, para que las ¿ideas? autoritarias y fascistas pervivieran en muchos
estratos sociales a la vista de que en ningún momento se hizo ademán de
prohibir o castigar la publicidad o el enaltecimiento de un régimen fascista,
al contrario de lo que pasó y pasa con la banda terrorista ETA. Esta desviación
de la legalidad llega hasta nuestros días sin que cuarenta años de democracia
hayan servido para corregir aquel error, asistiendo de continuo a esperpentos
como la celebración, casi en penumbra, pero siempre conocida, de la celebración
de la muerte del dictador y demás absurdos como ese restaurador gastronómico
cuyo restaurante se ha convertido en un altar del franquismo rancio, ¿puede
haber otro?, a la vista de cualquier ciudadano, con la adhesión de muchos
retrasados mentales y el consentimiento de quienes deberían hacer cumplir la
ley y, sin embargo, hacen mutis por el foro en cuanto este tipo de casos salen
a la luz.
Pues bien, en esta provincia, aldea
irredenta que no ha entendido todavía que nada ni nadie la quiere conquistar
ya, aburridos como están ante la pócima de vetusta soledad y añejo elixir de
valores decimonónicos en la que sobrevive, existe un pueblo vespertino,
Carbajales de Alba, cuyos dirigentes políticos han encarnado de forma singular
todo lo dicho hasta ahora. El alcalde, perteneciente a la formación política de
Ciudadanos, se ha negado a quitar los símbolos franquistas del yugo y las
flechas de un edificio de la localidad con la excusa de “antes hay que estudiar
si es un símbolo de represión”. ¿Ignorancia personal o mofa? En cualquier caso,
un atentado a la Ley de Memoria Histórica, ley que parece desconocer dicho
sujeto o que, más factible, se la trae al pairo. Votaron a favor dos ediles del
mismo partido y un concejal, ¡cómo no!, del Partido Popular, el cual, además,
amenazó con traer de su casa dos retratos de Franco y Primo de Rivera para
colocarlos en su despacho de Teniente de Alcalde. ¿No es esto apología del
fascismo? ¿No deberían actuar de oficio los jueces, tan diligentes otras veces
(caso de los titiriteros) para que se respete la legalidad? ¿O es que hay
grados y privilegios según sean las apologías terroristas?
En Alemania, país con un pasado
todavía más terrorífico que el nuestro, existe una ley que prohíbe la
exhibición de símbolos nazis y castiga con penas de hasta tres años de cárcel la
negación del holocausto y la apología fascista, pero en España parece ser que
existe barra libre para este tipo de actos. La Ley de la Memoria Histórica, que
pretende reparar en parte tal laguna, se incumple de forma reiterada por parte
de quienes están obligados a hacerla cumplir y, como en el caso del alcalde de
Carbajales de Alba, se obvia de forma torticera. Parece ser que, en este país,
a algunos sujetos, y partidos, y colectivos sociales, y élites económicas, les
toca más de cerca de lo que se supusiera, en un principio, al promulgarla. Y no
me estoy refiriendo a los familiares de los muertos…
Señor alcalde de Carbajales de Alba,
no me sirve el razonamiento de que los vecinos de su pueblo tienen problemas de
los que ocuparse más importantes que este, esa razón está intoxicada por una
lógica generalista de la que se han apropiado quienes han deseado siempre que
no se removiera el pasado, una razón utilizada comúnmente como ardid para
desviar la atención de lo inmediato y que, casi siempre, deja en el olvido lo
que sucede realmente.
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