Que dentro del hábito
social de degustación y deleite de los distintos vinos que nos ofrece el
mercado hay mucha majadería es algo que todos los días queda corroborado en las
múltiples barras de bar y restaurantes de cualquier ciudad en los cuales los distintos
aficionados, con tufo de entendidos, disertan cual enólogos consagrados sobre
los caldos a escoger y sus características. Argumentan y exponen, cual
conferenciantes, la tipología vinícola que matiza su elección y no otra sin
caer en la cuenta de que el verdadero sentido de la libación, el más
importante, es el de celebración, el de ceremonia y festividad y, por tanto,
independientemente de la clasificación experta y versada del vino elegido, este
debe estar en consonancia con la relación calidad-precio y con el gusto
personal de cada uno, o sea, ¡te gusta o no te gusta, joder! Todo lo demás es
caer en el esnobismo más contradictorio y en la afectación más banal y parecer,
en definitiva, unos retrasados mentales del copón.
Esta burbuja vinatera, que nos ha
llevado a todos a ser expertos catadores de nuestra ignorancia, críticos sin
título de nuestra inopia, limitados a cacarear como papagayos el análisis
organoléptico empresarial expuesto en las contraetiquetas de las botellas que
caen en nuestras manos, puede sustentarse en el efecto de ósmosis provocado por
los distintos jueces y opinantes del mundo del periodismo escrito, los cuales,
en sus columnas, lanzan odas triunfales de los caldos que examinan o de los
sumilleres de los distintos restaurantes, a quienes también se les solicita su
opinión periodística, que ejecutan un vals bien agarrado con el vino ensalzado
que, más bien, parece un magreo verbal con final feliz. Orgasmo vitivinícola en
toda regla. ¿De verdad que no hay un puñetero vino malo en el mundo de las
distintas D.O.?¿Solamente saborean los buenos a priori, con el consiguiente
éxito de la cata, siempre por encima del 85 sobre 100 en moneda Parker?
Tengo
un amigo que dejó una Asociación de Sumilleres el día que oyó decir a unos de
los presentes en una cata organizada, no sé si en calidad de miembro o
invitado, que el vino a paladear tenía un regusto o un aroma a cucaracha
pisada. ¡Cómo si el interfecto hubiera probado u olido alguna! Hasta este punto
llega la grosería académica de querer epatar a toda costa. Por otra parte, la
pasión frutal y floral de algunos críticos de vinos llega a tal paroxismo
verbal que uno no sabe si están hablando en realidad de un vino, del Ikebana
japonés o de un zumo multifrutas de Juver. Pero todo esto, en realidad, viene por
los daños colaterales sufridos al leer una sugerencia de un sumiller, del cual
no diré el nombre, en el dominical de un domingo atrás de un periódico de
tirada local, aunque el dominical en cuestión tenga tirada nacional. Cosas de
los grupos periodísticos.
Frases
que lo mismo pueden valer para un vino, una ginebra o un caldo de pollo y
verduras fueron vertidas cual soflamas certificadas por los manuales al uso del
buen catador: “el saludo a la nariz de este vino es franco y sincero…”, “…se
pavonea del maravilloso perfume a fina canela…”, “…ríe a base de higos regados
con zumo de piña, y en ese zumo flotan cerezas, dados de melocotón, trocitos de
nísperos, más higos y piñas y un sinfín de frutos rojos…”(observad la macedonia
verbal que se ha preparado el fulano), “…serio y musculoso, exhala bocanadas de
chocolate blanco, con gritos respetuosos de naranja sanguina o aromas de viento
al correr entre los pinos…”(¡joder, no sé qué decir!¡Dudo mucho!) Pero lo que
me dejo definitivamente tonto fue esta frase: “…se abre incansablemente hasta
dibujar muebles antiguos, gotas de resina resbalando por la corteza de un
árbol, aperitivos de avellanas o incluso un divertido bol de maíz…” Tanta
palabrería egocéntrica para dejar en el aire lo más importante: ¿realmente
sabía a vino este enjuague bucal, este Mimosín de las barricas? Parece ser que
no queda más remedio que elegir entre la ignorancia snob del entendido de barra
o la elocuencia hedonista y
concupiscente del crítico o sumiller de turno.
Tal cantidad de
extravagante oralidad desmonta la teoría de que el vino no se traga al catarlo.
Juraría que este sumiller se lo bebió todo, todo y todo.
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