A través del tiempo
se ha ido demostrando como la política y la mentira han sido, demasiadas veces,
buenas compañeras, correligionarias en el poder, tanto en el asalto a este
último como en su férreo mantenimiento, sin importar quién y quiénes podían salir
perjudicados, solamente en busca del beneficio propio, ya sea personal, como
grupo político, como grupo social o como grupo económico. En regímenes de
tintes absolutistas (viejo régimen) o totalitarios (dictaduras), cuyos
conceptos políticos están basados en el engaño permanente a los ciudadanos, en
la falta de libertad de estos últimos y en aparatos propagandísticos que
persiguen que dichas mentiras, a fuerza de repetirlas, se conviertan en verdad
incondicional y sean aceptadas militarmente, véase el holocausto judío en la
Alemania nazi, y en los cuales se han eliminado los resortes de control de la
ciudadanía hacía sus dirigentes, permaneciendo aquellos como meros súbditos,
los dirigentes, digamos, mentirosos, obedecen al propio mandato con el cual consiguieron
el poder extrayendo de él su fuerza encubridora y hostil, obtenido de sus
propios preceptos y sin efectos expiatorios ante los demás, que, por otra
parte, carecen de los derechos fundamentales para su control.
Pero en regímenes democráticos la
mentira en el discurso político es uno de los pecados más detestables en
cualquier clase de dirigente al basarse su mandato en la confianza que los
ciudadanos ponen en ellos para el desarrollo de la rex pública, depositando la
soberanía que las leyes conceden a los pueblos en sus representantes legítimos
votados en libertad y bajo el contrato social de los programas electorales, uno
programas electorales convertidos ya en fraude de ley ante la falta de
compromiso y cumplimento de los mismos y ante lo cual no se han tomado las
medidas oportunas, siguiendo los ciudadanos, en eso llevamos toda la culpa, sin
castigar dichas violaciones. Pero parece ser que en la actualidad el engaño, la
trampa o las tretas con las cuales los políticos pretenden encubrir las actuaciones
que son incompatibles con su quehacer público están trufadas de torpeza, de
ineptitud y de ignorancia. Mentir y negar siempre la mentira descubierta se ha
convertido en un mantra en aquellos que han sido descubiertos en su engaño,
incluso cuando se presentan pruebas del mismo, abocando al interesado a la
burla y a la mofa, aparte del enfado y el cabreo consiguiente, de unos
ciudadanos que asisten incrédulos a la burlesca representación.
El caso del Ministro de Industria
español, José Manuel Soria, es un ejercicio libre ajustado al milímetro al
manual del mentiroso compulsivo cogido in fraganti en su error. Podemos
discutir si la creación de empresas en paraísos fiscales es ética desde el
punto de vista personal en relación con el país que representas, si es legal o
no desde el punto de vista del derecho internacional, si sirvió para evadir
impuestos no, si se hizo antes de ocupar el cargo público que ostentó hasta hoy
o durante su nombramiento, pero una vez descubierto hay que aceptarlo y tener
dignidad. Comenzar negando su implicación en los papeles de Panamá cuando
figuraba en ellos, intentar desviar la atención hacia sus familiares en una
tentativa por eludir su responsabilidad, seguir negando su implicación cuando
salieron a luz más documentos con su firma en empresas de otros paraísos
fiscales, Jersey, y, por último, declarar que dichas actuaciones opacas
pertenecían al pasado, cuando su última firma era del año pasado, resulta de un
hipocresía insultante, de una doblez ofensiva para unos ciudadanos castigados
por la crisis y por las medidas de ajuste tomadas por el gobierno al que él
mismo pertenecía, ya dimitió gracias a dios, y que supusieron la primera gran
mentira de su trayectoria política a nivel nacional al incumplir el programa
con el cual su partido ganó las elecciones.
Cuando leáis esto ya habrán pasado unos días de la
dimisión, quince de abril, pero dicha noticia, el mismo día de mi cumpleaños,
fue el primer regalo del día. Y un buen regalo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario