“Ir a misa y rezar
tres Ave María tranquiliza la conciencia pero no modifica la conducta; así se
entiende que haya personas tan religiosas y tan sinvergüenzas”. De este modo
tan rotundo se expresaba hace unos días en una entrevista, el sacerdote y
teólogo español José María Castillo. Sin embargo, resulta notorio constatar que
este tipo de manifestaciones, que llevan implícita la verdad en el propio
razonamiento, le costaron hace años la autorización académica para impartir
docencia, en clara oposición con la corriente oficial de la Iglesia Católica,
tan poco dada al diálogo y la autocrítica. Miembro de la corriente de
pensamiento denominada Teología de la Liberación, su discurso se acerca más a
un evangelio humanitario, laico, como forma de ética, de conducta, donde la
persona es la razón principal, que al simplismo oficial de los rituales de
pompa y circunstancia.
Diversos escritores y teólogos como
José Arregi, Hans Küng o José María Díez Alegría han sido y son críticos con la
jerarquía eclesiástica católica, más preocupada por sus conexiones con los
poderes económicos y políticos de alto nivel que de tratar de buscar
comportamientos compatibles entre el ideario evangélico y los grandes problemas
de la sociedad desde el punto de vista real de la situación de la humanidad,
que han desembocado en una paulatina disminución de su credibilidad ante la colectividad.
Dentro de la misma corriente crítica, José María Castillo va respondiendo a las
preguntas de la periodista y desgrana con toda naturalidad algunos de los
tabúes de la iglesia actual.
Los escándalos sexuales de miembros
de la iglesia, la supremacía del dogma como verdad absoluta e inamovible y los
rituales eclesiásticos por encima del hombre y sus necesidades básicas como la
comida, la salud, etc, las células madre: “si el tratamiento con células madre
va a ayudar a la salud de las personas hay que seguir adelante. Toda esa teoría
que plantean ciertos eruditos que no tienen otra cosa en que pensar no puede
impedir que los científicos mejoren la condición humana”, la hipocresía beata
de escapulario mientras se defrauda a Hacienda: “hay grupos que son carne y uña
de los obispos mientras defraudan a Hacienda y tienen negocios turbios”, el
celibato: “el celibato no ha tenido sentido nunca. Jesús no se impuso nunca un
celibato”, son cuestiones tan sencillas de comprender para el común de los
mortales, que, al calor de las palabras de José María Castillo, uno entiende
porque las combate con tanto ardor encíclico la iglesia: la gente deduce que el
mensaje original ha sido corrompido y ha sido sustituido por una normativa
dogmática que ya les ofrece de antemano las respuestas prescritas para que no
se hagan ellos mismos las preguntas, para que no reflexionen por sí mismos,
para que el resultado sea el que más le conviene a sus privilegios, honores,
títulos y beneficios: a su verdad absoluta.
Por eso la iglesia católica oficial,
acomodaticia y adaptada al sistema económico y político dominante, es capaz de
mantener un silencio cómplice con las desigualdades sociales provocadas por su
brazo armado al frente del gobierno, con las desigualdades de derechos civiles
con los inmigrantes, con los desahucios, con el desmantelamiento de la sanidad
y educación pública, etc. Es una iglesia que no cambia, que mantiene el apetito
voraz del dinero y el poder.
Mientras se afana por condenar el
aborto y excomulgar a quienes lo practican o posibilitan, sus sumos sacerdotes se
retiran a su paraíso terrenal como grandes potentados de la verdad absoluta, agraciados
con la suma de comodidades y exenciones que el pueblo no puede poseer. Nunca se
les oyó combatir y excomulgar con la misma ferocidad, como señala José María
Castillo, “a los jefes de gobierno de los países que amparan la pena de muerte,
la tortura o a quienes crean unas condiciones económicas que hacen que cada día
mueran de hambre miles de niños”.
No les importan las iglesias vacías, mientras las cuentas
bancarias estén llenas. Ellos te gestionan la vida eterna a cambio de una
pequeña comisión.
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