A semejanza de otros
universos superheroicos, como los de Marvel y DC, los universos saineteros de
las obras de Arniches o de los hermanos Álvarez Quintero se han colado en
nuestra realidad más cotidiana con su conceptualidad básica de contenido jocoso
y sumamente (su)realista, elementos cercanos a ese esperpento tan español,
grotesco y bufón, que refleja de forma inmediata como se vive y piensa en una
sociedad quebrada por la crisis y por unos poderes absurdos que tratan de
enquistarse en el poder a base de hacer retroceder a la sociedad a siglos
pasados y unos esbirros a su servicio que demuestran a cada paso que dan lo
difícil que es establecer conexiones neuronales coherentes en cerebros
cortocircuitados al perder una fase: la ética.
Pues bien, en este escenario
truculento de superhéroes y supervillanos, leo una noticia en el periódico
local que dice: “Juzgan en Pontevedra a una preferentista con andador por
saltarse un cordón policial”, lo cual, pienso, no deja en buen lugar a unos
cuerpos policiales que subestimaron, en un claro ejercicio de superioridad
pueril y vanidosa, el “poder de la fuerza viejuna”. Pero antes de seguir con la
noticia, me permitiréis que haga un homenaje, a cuento de todo esto, a mi
abuela Josefa, que también usó, a su modo, un andador.
Mi
abuela era mujer sayaguesa por los cuatro costados, aunque yo creo que tenía
más costados y a cada cual más sayagués, que fue operada de cadera con 92 años.
Esta mujer dura como La Roca, hacia la compra diariamente, allá por el barrio
de San José Obrero, y se acercaba al centro de la ciudad en busca de su pensión
con sus 90 años a cuestas, y en los días de jera bancaria, se iba, asimismo, a
desayunar unos churritos con chocolate para darle alegría al cuerpo. Pues bien,
una vez operada de la cadera, se convirtió en una especie de abuela biónica,
incorporando de un modo natural el implante extraño en su cuerpo, como si éste
siempre hubiera estado allí. Muy coqueta ella, mandó el andador y al médico de
turno al infierno de los pusilánimes, y quince días después caminaba por casa,
cual Penélope Glamour, con la sola ayuda de un bastón, más de adorno que útil,
el cual desaparecía en cuanto creía que nadie la miraba.
Tengo
que reconocer que mi abuela Josefa hubiera sido una gran yayoflauta y que,
solidarizándose con la preferentista gallega, hubiera asaltado cordones policiales
zapatilla en mano. Pero en el caso que nos ocupa, la preferentista se llama
Domitila Vicente Franco y tenía, cuando ocurrieron los hechos en el año 2013,
82 años ¡Un serio peligro para la seguridad nacional! Parece ser, a juicio de
la policía y de los jueces, que los nuevos superhéroes son capaces de convertir
sus enfermedades, mediante procedimientos de alquimia supersecretos, en
superpoderes al servicio de la sociedad. En el caso de Domitila, era una
osteoporosis que le afectaba a la rodilla, por eso llevaba andador, la que la
convertía en la nueva Mujer Maravilla, terror de los macizos cuerpos de policía
de gafas de sol y porra en ristre. Su atrevimiento al protestar contra el
expolio de las preferentes, fue catalogado, creerme, como alteración del orden
público y conducta violenta. Sí, por esos mismos que aporrean como si no
hubiera mañana a manifestantes pacíficos, en cuanto el poder se empieza a cagar
en los pantalones.
Domitila,
cuyo nombre de guerra podría ser Yayoescrache, alegó en su defensa ante el nuevo juzgado de lo tontuno-acumulativo, lo
siguiente: “Solo hice ruido, cómo iba yo a saltar unas vallas para entrar en el
Ayuntamiento si voy con andador”. Pero, desgraciadamente, dicha declaración no
se tuvo en cuenta, la versión de los macistes policiales, alegando el comportamiento
mutante de la mujer, prevaleció en los componentes de la judicatura, una
versión de la mesa cuadrada de supervillanos al servicio de la tontuna legal.
En total, 200 euros de sanción, lo mismo que costó su andador, el arma
definitiva contra el poder corrupto.
Tengo
que reseñar que también fue acusado en la misma acción otro Vengador, Fernando,
de 70 años, por alterar el orden público y comportamiento agresivo. En este
caso, a juicio de la policía, su superpoder provenía de un cáncer del que iba a
ser operado dos días después. Vamos, que estaba en plenas facultades físicas y
podría derribar de un guantazo a toda una barricada policial.
Ya veo el temor en sus
ojos, el miedo apretando sus entrañas. Llegan los nuevos superhéroes: los
Yayoescraches, y no tendrán piedad. Allí donde se cometa una injusticia
surgirán estos nuevos vengadores para restablecer la verdad. Si usted los
conoce, quizá pueda contratarlos.
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