domingo, 14 de diciembre de 2014

EL TIEMPO CAMINA DESPACIO EN EL LABERINTO

           Vamos caminando y las plataformas de nuestra redención se dibujan, apenas con la luz, sobre el horizonte. Levantadas sobre la tierra yerma de no hace muchos años, observando el discurrir continuo y lineal de todo futuro atemporal, imperturbables, asemejan vigías, anclajes donde reposar la incertidumbre. Estructuras de acero y hormigón que no sucumben sino que, ancladas firmemente a la tierra, cobijan y alientan las miradas de desafío ante el absurdo. Gigantes de sí mismos, desvencijados otras veces, bajo sus entrañas se movilizan los engranajes chirriantes que extraen de nuevo el aliento perdido.

            Cables de acero que recorren el sendero vertical de ida y vuelta, distribuyen pasillos que se alejan sin final. Mamparos y testeros separan vidas paralelas, mientras sobre raíles de acero peregrinan en turnos circulares divisiones de patricios que contienen el derrabe escondido y acechante. Engullidos por una oscuridad de luz artificial y fría, somos tejidos por madejas cobrizas que custodian el resultado, una urdimbre de señales que se entrecruzan y balizan el angosto sendero hacia la salida. Laberinto de galerías veteadas con la mena mineral perseguida y preciada, separada, ahora sí, del escombro al final de la jornada.

Ya alumbran a lo lejos las luces de piquetes esmeraldas, ya clavan su determinada mirada en el objetivo y barrenan las paredes y tejidos minerales mientras parpadean sin descanso infinitos faros y llamadas, sonidos vigilantes, agentes de seguridad allí donde no llega las alarmas más profundas. Un universo de metal quejumbroso que, sin embargo, disimula su estrepitosa silueta con la textura de las vidas que lo habitan. Un laberíntico complejo en donde no siempre están abiertas las puertas, en donde no siempre es posible culminar el recorrido hasta la finalidad opuesta al desafío interior con el que lo comenzamos. Únicamente los guardianes del tiempo son capaces de no perderse en aquel organismo metálico, vivo por las vidas que cobija en las galerías horadadas a base de respuestas.

Por oleadas sucesivas, como mareas rítmicas en su intervalo, van entrando y saliendo los continuos turnos intercalados, mezclados sin orden, sin distinción de intereses. Allí nos incluimos como suma de intenciones que no producen rechazo, trasplante de aliento y de ánimo particular que añadir a la cuenta general. Con esfuerzo, la última hornada se adivina en la bocana de la entrada de esa montaña artificial. Oscuro horizonte por donde, ahora sí, van volviendo aquellos que fueron tejidos hace tiempo con el catéter del dolor. Parece que, por fin, arrancaron a la veta su codiciado tesoro y no se extraviaron por su laberíntico interior. Sendero labrado con las pisadas de tantos que impidieron que la puerta de salida quedara olvidada al hacer suya la permanencia.

          Nos vamos alejando sacudiéndonos los últimos restos de la tela de araña que nos envolvió. Nos vamos limpiando el tizne negro del polvo levantado al picar la pared que nos impedía el paso. Ya el continuo ulular no es el nuestro y, por fin, recibiremos la paga sublime de la jornada del sol.

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