Temo…Así, torpemente,
comenzaba el texto entintado sobre aquella cuartilla de papel blanco satinado
que reposaba en ese momento entre sus manos. Un satinado quizás demasiado
intenso sobre el cual incidían los rayos vespertinos, casi clandestinos, de una
luz mortecina de un atardecer cualquiera entrando por la ventana orientada a
poniente, y sobre ella, el vigor aséptico y hospitalario de la incandescencia
artificial de una lámpara de sobremesa encendida para mitigar el dolor de sus
cansados ojos. O, puede, el dolor de su mirada apercibida de otoño.
Tanto una como la otra, natural o
artificial, qué más daba, convergían sobre la cuartilla con un grado de
inclinación que provocaba que sobre las palabras, las frases, las líneas, se
sobrepusiera reflejado su rostro y que él creyó interpretar. Una primera línea
sobre su cabello, aquél que deseaba ser acariciado. Un segundo reglón sobre sus
ojos, su mirada, esa que deseaba siempre encontrarse con la suya. Una tercera
sobre sus labios..., que pudieran, acaso, ser besados. Y así sucesivamente,
como encuadrando, ajustando quizás, cada pensamiento con cada parte de su
cuerpo, de su anatomía. Como si cada una de ellas, cada frase, hubiera sido
originada por cada uno de los estados de ánimo, tanto físicos como espirituales,
por los que sufrió y gozó mientras escribía.
Releyendo de nuevo aquel catecismo
laico de intenciones mundanas, siendo como era apenas un puñado de palabras de
estructura cierta, siempre había pensado que escribía bien, aptitud adquirida
en aquellos años en los que la expresión verbal y escrita poseía tanta
importancia como el conocimiento abstracto y científico, observó que su
significado se volvía difuso e indeterminado y comprendió que la dirección con
la que comenzó el enfoque, el sentir de las mismas, el efecto comprensivo que
necesitaba que agitara, que hiciera mella de olvido y distancia en el espíritu
de quién era la receptora de las mismas, de aquella misiva, había ido derivando
en su antónimo intencional y emocional.
Pero las intenciones son perplejas
aún cuando sean sinceras. Su vida transcurría veteada de una soledad encontrada
de improviso y aceptada con la resignación estoica de quien pierde siempre. La
rutinaria comodidad conceptual se convirtió en su sistemático criterio de
interpretación modal de la realidad más cercana. Una soledad acompañada de
estrictos criterios de interpretación que se solapaban como las distintas capas
de una cebolla van escondiendo estratos sedimentarios de lágrimas fósiles, pero
que van generando de modo implacable una forma tangible en encontrarse a uno
mismo, de reconocerse de, aunque de forma precaria, delante del espejo crítico
de la colectividad. Vicios y manías rutinarias reunidas en el molde de un
extrañamiento emocional difícil, creía él a estas alturas de su vida, de romper
y volver a modelar.
Y todo aquello intentándolo plasmar
en unas líneas que se fueron bifurcando hacía su contrario. Lo que debía servir
de razón, de algún modo como protección ante la atracción mutua, de criterio
antagónico, de excusas ciertas para la parálisis de la incipiente relación, se
iban convirtiendo en prevengos, en advertencias pueriles para la deseada
aceptación. La misiva que debía quebrar el inicio se fue convirtiendo en el
sustento para su desarrollo. Acaso no es menos cierto que, sin advertirlo, la
dura coraza de rigidez había comenzado a saltar en pedazos desde el momento
primigenio de la provocación por la cual, de algún modo, comenzó a mirar fuera
de ella.
Y no tenía que cambiar nada,
simplemente, remitir la carta tal y como estaba daría fe de su intención,
mellada de dudas que serían riesgos, porcentaje a descubrir con el tiempo de
pasada, pero con la solidez de quien sin proponérselo ha derivado hacia esa
dirección y por tanto no es una solidez impostada, falsa o de cartón piedra,
sino la que el consciente le ha reescrito sin que él pudiera oponerse.
Me rindo a tus pies. Te voy a robar ese Te(a)mo. Me ha llegado. No se si es que yo misma estoy en ese punto, pero esta entrada me hace plantearme muchas cosas. Asi que gracias, Pinkfloyd. Un abrazo. Noe
ResponderEliminarTemores razonables que se convierte inexplicablemente en la razón de un amor. Razón y percepción convertidas en las dos caras de una misma moneda. Lo jodido en cuando la moneda cae de canto, jajaja. Un abrazo.
Eliminar