Aquel día se había levantado
febrilmente cachondo y decidió de pronto y sin tiempo para una reflexión
atemperadora de impulsos locos, como si una revelación se le hubiera instalado
de ocupa progresivo en el hipotálamo, que debía dejar todo atado y bien atado.
A fin de cuentas, pensó, uno no dispone de todo el tiempo del mundo para dar
cumplida respuesta a tanta tontería suelta como vuela por ahí y, acaso, como no
tenemos dos vidas, o tres, sería justo encontrar la fórmula que establezca los
mecanismo suficientes para dar por culo desde la otra vida a tanto tonto suelto,
o tonta suelta, no nos acusen de discriminación lingüística, como vuela por
ahí. Mucha tontería, mucho tonto y mucho vuelo, la nueva trinidad apostática de
la razón pura.
Por otra parte, el día en sí no tenía nada de especial salvo que
formaba parte de la cuenta regresiva que la naturaleza impone por ley a cada
una de las vidas que habitan este jodido planeta. Aquí su mente hizo un inciso
y ralentizó la maquinaria que formulaba y reformulaba la trama de su plan y se
puso a divagar sobre el término “cuenta regresiva”, término que había escuchado
a un presentador de una televisión argentina al anunciar la canción “the final
countdown”, del grupo de música casparock: Europe. Alucinado por las imágenes de algunas
actuaciones del citado grupo, que acudían en tropel a su mente, se enredó su
imaginación en errática letanía llegando a visualizar la culminación de su
despropósito en final apoteósico de peinados leoninos con tintados imposibles,
amortajado con la chatarrería propia de ese glam-rock trasnochado a mayor
gloria de los fabricantes de lentejuelas. Cerrar los ojos y, en lugar de ver la
luz blanca al final del túnel, según los postulantes de los viajes
extracorporales de ida y vuelta, ir cegado de colores iriscentes en aquelarre
sicodélico que, a esa hora de la mañana, le parecía la mejor forma de afrontar
la futura e inevitable carcajada final. Mirando fijamente a la taza del
desayuno pensó que lo mejor era cambiar de café. Siempre le había parecido que
el que tomaba era demasiado “aromático”.
Pero los tiros no iban por ese
lado polinésico de la muerte. A diferencia de los seguidores del derecho al
olvido en la red, él había decidido llevar a buen término esas palabras que se
dicen al albur de un imposible temporal, como son: “estaría mil años
maldiciéndole” o “me cagaría en su padre dos vidas”. Pues de eso se trataba, no
dejar nada, ningún fleco suelto y ejecutar tan sabias sentencias difamatorias a
través del lado oscuro de las aplicaciones informáticas. Y para ello, lleno de
orgullo y satisfacción por su genial idea, se encaminó en dirección a la
sucursal más cercana de cualquier compañía de seguros con el objetivo de
plantearle la posibilidad cierta de suscribir una póliza que le ofreciera
semejante producto. Difícil, sí, pero no imposible, solamente había que dar con
un vendedor tan enajenando como él.
Nada más atravesar la puerta de
la sucursal elegida, diseccionó rápidamente a los empleados allí presentes y se
dirigió directamente al de mayor edad, ya que, pensaba él, sería más receptivo,
tampoco sabía muy bien por qué, ante lo que pretendía concretar. Sentado ya
frente a frente, duelo de incredulidades al sol, le expuso con todo lujo de
detalles su insólita propuesta:
-“estará usted conmigo en que
en esta vida tan acelerada vamos dejando atrás actuaciones que nunca retomamos
por falta de tiempo u, otras veces, porque van quedando diluidas ante otras más
recientes o que necesitan mayor urgencia en su resolución. Entre aquéllas están
la que dan respuesta a los agravios que nos van formulando a lo largo de los
años esos tocapelotas que van pasando por la vida sin reparar, ¿o sí?, en los
estragos que van ocasionando en los prójimos, próximos o lejanos, da igual, ya
que su radio de contaminación ofensiva es como una nube tóxica que, como el
efecto mariposa, comienza y termina en el infinito, si es que el infinito tiene
fin.”
Esta largo preámbulo, con el
que pretendía revestir de solemnidad su petición posterior y disipar en lo
posible en su interlocutor las dudas que pudiera generar su teatral exposición,
provocaron, al contrario, una estupefacción cada vez más creciente en el
vendedor. A pesar de que se daba cuente de este contratiempo, estaba decidido a
proseguir con su argumentación y conseguir su objetivo.
–“Todas esos agravios de los
que le estoy hablando, y que si duda alguna usted habrá sufrido alguna vez,
necesitan estar asegurados, o más bien, necesitan tener asegurada su cobertura
de respuesta y que ésta se produzca cuanto antes, pero que si no pudiera
producirse en el momento oportuno, se realice aún cuando la vida del tomador
del seguro haya finalizado. Un producto que culmine sin límite temporal todo lo
contratado”. En ese momento fue cuando creyó atisbar en su interlocutor una
chispa de atención, casi seguro que no por sus intenciones vengativas, sino por
la posibilidad de negocio que se vislumbraba.
Al igual que ciertos individuos
creen en la teoría de la criogenización y someten a sus cuerpos a condiciones
de frio intenso con el objetivo de ser reanimados en el futuro y poder aplicar
terapias que den soluciones a problemas médicos sin respuesta en la actualidad,
proyectando la solución de una incógnita actual al futuro probable, su proyecto
guardaba una cierta similitud en la respuesta: futuro, pero con la diferencia
de que no necesitaba la invención de nuevas tecnologías para su desarrollo,
sino que se podía servir de las actuales: un mundo de aplicaciones informáticas
a su servicio que aliadas con su vinculación contractual con la aseguradora le
dieran la certeza del cumplimiento de sus intenciones al comprar el producto. Y
esa era precisamente la otra pata de su proyecto: una app, llamémosle de
rencor.
Después de un par de horas de
una exposición por su parte prolija de fundamentos, posibles trabas legales y
prescripciones técnicas, el vendedor le aseguró que estudiarían su caso y que,
al contar con un departamento de soluciones informáticas, le darían traslado
del expediente para su estudio. No le aseguraba nada, pero, en cualquier caso,
se pondría en contacto con él para comunicarle la decisión que se tomara. Lo
que estaba claro es que después de toda una tediosa vida laboral, trufada de
rutina, vendiendo seguros del montón, la idea surgida de la mente, posiblemente
desequilibrada, de aquel individuo que entró muy de mañana en la sucursal en la
que trabajaba, le había hecho rebrotar el ímpetu y la ilusión con la que, hacía
ya bastantes años, comenzó su vocación aseguradora.
El otoño comenzaba fiel a su
compromiso estacional. Habían pasado ya dos meses desde que aquel inusual
ímpetu veraniego, propiciado quizás por el calor atorrante del estío, le llevo
a participar de su supuesta genial idea a quién, según él, debería ser la
correa de trasmisión de su objetivo. Cada mañana pasaba por la puerta de la
sucursal aseguradora sin atreverse a entrar, sin querer ser demasiado pesado,
dejando correr el tiempo que sin duda se estaban tomando para digerir y, acaso,
aceptar su propuesta. Pero aquel día fue distinto. Al salir de casa para dar el
habitual paseo matutino, observó que el cartero había pasado en su ronda diaria
más pronto de lo acostumbrado dejando en el buzón un sobre, demasiado grande
para el habitáculo postal, que asomaba por la rendija de entrada y que llevaba
un logotipo llamativo que enseguida identificó con el que se encontraba en la
fachada de la sucursal a la que él se había dirigido. Su corazón palpitó con
una mezcla de nerviosismo e inquietud por las presumibles noticias que aquel
sobre le traían. Lo recogió del buzón y sin demora subió de nuevo a su casa, el
paseo podía esperar, y cogiendo un abrecartas del escritorio lo abrió con
suavidad precisa, intentando no penetrar demasiado profundo con el abrecartas
temiendo que, si lo hacía, la punta tocara parte del contenido y éste
desapareciera ante la fragilidad de su mensaje. Pero no era el caso y con el lenguaje
formal y aséptico de la burocracia económica, se le citaba para dos días más
tarde en la oficina principal de la aseguradora con el objetivo de comunicarle
la respuesta a su proposición, aunque ya de antemano él intuía, no sabría
explicar por qué, positiva.
Transcurridas las cuarenta y
ocho horas desde el aviso, se personó de mañana en el lugar indicado en la
misiva y rápidamente fue conducido al despacho, del que luego supo, era el
Director General de la compañía. Con él se encontraba el trabajador al que le
había relatado su idea en la sucursal y dos veinteañeros con pinta de
informáticos, rasgo éste más que evidente por los ordenadores que portaban
junto con varios manuales de explotación con los que, al parecer, se estaban
entreteniendo hasta su llegada como si de tebeos se tratara. Tomó asiento y se
dispuso a escuchar cuando el Director General comenzó su discurso:
-“Ante todo quisiera darle las
gracias por su presencia. Desde que nuestro compañero de la sucursal nos
informó de la proposición que usted le había presentado no hemos dejado de
darle vueltas al asunto por cuanto despertó un inusitado interés en todos los
estamentos de nuestra empresa. Como sin duda sabrá, en este mundo del seguro
existe una gran competitividad y prácticamente hemos llegado a un punto en el
que ya hemos ofrecido a nuestros clientes pólizas que aseguran todo lo asegurable.
Sin embargo su idea nos ha abierto un mundo de posibilidades que nunca llegamos
a imaginar y, aunque estamos en la génesis todavía, estamos seguros de que el
éxito está “asegurado”, y nunca mejor dicho”, estallando en una sonora
carcajada ante la gracia proferida.
Siguió su discurso explicando
muy someramente los pasos dados para la confección real de su propósito y cómo
el siguiente paso había sido el estudio sobre si existía soporte informático
que sustentara todo la tramoya: -“una vez dado el paso de seguir adelante,
nuestro equipo informático se puso a trabajar sobre el asunto de referencia
dando enseguida con la aplicación justa para nuestro propósito. En realidad no
es más que una adaptación de las miles de app’s que existen en el mercado y que
nos recuerdan con toda clase de mensajes la finalidad para las que fueron
creadas: cumpleaños, notas, citas, reuniones, etc. Nuestros informáticos, de
probada capacidad, no en vano fueron en sus inicios hackers reconocidos,
reclutados tras cumplir condena y trabajar para la policía, han reformado
dichas aplicaciones para que sirvan a nuestro negocio y estamos seguros de que
no tendremos problemas con las patentes, ahorrándonos toda la inversión que una
nueva aplicación supondría.”
-“Otro consideración a tener en
cuenta ha sido el soporte legal, ya que, si la idea es insultar al prójimo a
posteriori, aunque se lo merezca, puede ser considerada difamación y acoso
incluso si quién supuestamente la realiza es un muerto. Por eso comunicamos
oficiosamente de nuestro propósito a altas instancias, respondiéndonos que, aún
siendo muy resbaladizo y difuso el tema tratado, era cuestión de sacar el
producto al mercado y, si tenía éxito, ya habría forma de darle cobertura
legal. El propio gobierno de la nación era el más interesado en que se activara
el consumo interno y podía ser una nueva fuente de negocio para las empresas,
que supondría más recaudación para la hacienda pública. El ciudadano
vilipendiado que se jodiera. Una Ley Orgánica de reforma del Código Penal daría
una nueva formulación al “todo por la pasta”.
El discurso le había ido
provocado la somnolencia propia de quien se ha levantado temprano y no sabía
muy bien a qué demonios venía esa pompa y boato. Por fin el Director General
cedió la palabra al empleado con el que había empezado todo en la sucursal.
Éste, muy ufano por la consideración de compañero que le había dedicado su
superior en el inicio de su interlocución, se dirigió a él con el propósito de
poner sobre la mesa las nuevas coberturas de seguros que su ácido sueño había
generado tras los estudios pertinentes. Sin más dilación comenzó su aserto:
-“Hemos confeccionado para
empezar una serie de tres pólizas que cubran de manera general el objeto del
aseguramiento, que no es más que la posibilidad de satisfacer el hecho de hacer
pagar durante un cierto espacio temporal a quien se ha permitido el lujo de
perjudicar al que suscriba las citadas pólizas. Como cualquier seguro, consta
de unas condiciones generales relativas a la extensión y objeto del seguro y de
unas condiciones particulares que recogen los aspectos concretos relativos al
riesgo que se asegura y, en particular, los afectados por dicho seguro. En
primer lugar tenemos la póliza base, a la que hemos llamado “MÍMINO RENCOR”, colectiva
o flotante, según sea el contrato, en la cual hemos incluido una aplicación que
remite mensajes con los insultos más comunes y con unos intervalos temporales
de un año, durante cinco años. Semejante al aviso de cumpleaños de cualquier
teléfono, el tomador del seguro felicitará a los afectados en tan señalada
fecha con sus más insanos deseos. A continuación tendríamos la póliza de
cobertura global, llamada “RENCOR INTERNACIONAL”, que, semejante a la anterior, extiende su radio de
acción a cualquier persona en cualquier lugar del mundo, pero con un límite
temporal de diez años. Y por último, nuestro producto estrella, la póliza que
hemos llamado “RENCOR PLUS ULTIMATE”. Con las mejores aplicaciones creadas ex
profeso para su funcionamiento, permite insultar en varios idiomas, en los
cumpleaños de los afectados, al inicio y final de cada mes, en el día de su
Comunidad Autónoma, etc. Al mismo tiempo remite el mismo mensaje a los cónyuges
para que sepan con qué tipo de personas se acuestan, y, esto es lo importante,
con un espacio temporal ilimitado, siempre que se hayan previsto los fondos
necesarios durante la vida del asegurado y siempre con el límite de su
defunción y con la facultad de que sea él mismo, desde su tumba, quien posea el
teléfono móvil que realice las llamadas. Para ello, hemos previsto que en la
tumba del asegurado se disponga de una lápida con una placa solar que recargue,
de forma continuada, un conjunto de baterías acopladas al teléfono. En caso de
fallo, se han establecido los mecanismos adecuados para que la compañía de
pompas fúnebres que celebró el funeral se encargue de reponer las baterías
defectuosas para que el insulto prosiga con su vida útil. Por otra parte, se ha
considerado que lo que se ha llamado “espacio temporal ilimitado” sea el que
corresponda a la vida del receptor de los insultos, ya que, salvo reflejo en
las condiciones a pactar, sea conveniente traspasar la actividad a los
herederos del insultado”.
Impactado por la explicación
dada, y puede que dejando entrever en su mente las consecuencias de su
impulsiva idea, ahora que ya estaba materializada, le fue imposible articular
palabra y dejó que fuera el Director General de la compañía quien pusiera el
final a aquella reunión:
-“Por supuesto, como
corresponde al generador de esta gran posibilidad comercial y, sobre todo, al
dinero que nos hará ganar en el futuro, esta compañía le regala totalmente
gratis la póliza “RENCOR PLUS ULTIMATE”. Cualquier día de esta semana se pasa
por su sucursal y suscribe el contrato, así que vaya pensando en las personas
que van a tener el dudoso honor de figurar en ella. Y si se le olvida alguna,
como excepción, siempre podrá añadir o quitar “beneficiarios”. Esta última palabra
la pronunció a la vez que profería una leve risita cargada de malevolencia.
Así que salió de allí, en una
apacible y soleada mañana, con la certeza de que, desde ese día, menos
personajes se iban a quedar, de alguna manera, exentos de recibir su merecido. Dos
semanas más tarde, con un gran despliegue de medios, se desencadenó una gran
campaña publicitaria anunciando el producto por él ideado, que, como es la
gente, hizo subir inmediatamente las acciones de la compañía en el Ibex 35.
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