Resultaba
evidente que la posición de aquel sujeto había quedado demasiado expuesta a los
ojos de todos nosotros. La última remodelación espacial, en la que había sido
modificada su ubicación, había traído consigo una manifestación visual evidente
que nosotros creíamos que intentaba superar con el mismo cinismo laboral con el
que había medrado desde su ya lejana incorporación a la estructura productiva.
Demasiado espacio, demasiado diáfano, para no ser pasto de las habladurías que
su posición de escaparate ofrecía, como una vulgar rebaja de finales de
temporada. Ya quedaban lejanos aquellos tiempos en los que desarrollaba la
supuesta actividad laboral que tenía asignada en su cubil, aquél que había sido
su escondrijo, alejado de los ojos escrutadores de compañeros y visitantes.
Además pensábamos que era consciente
de que su nuevo lugar, más bien el posicionamiento físico del mismo, su
orientación, le revestía de un áurea intrigante, de característica chivata, de
murmurador, de expía, a los ojos de los demás. Habíamos notado que ese mismo
posicionamiento tenía unas características innatas para la captación de
cualquier sonido por baja que fuera su frecuencia, llegando a creer que, en un
tiempo no muy lejano, y siempre antes de su jubilación, iría mutando en radar
humano, a lo que ayudaba la facilidad de giro que las ruedas de su silla le
proporcionaban y que utilizaba con gran soltura, mimetizándose con ella y
llegando a ser difícil vislumbra quién era quién. Su capacidad para intentar
enterarse del trabajo de los demás era inversamente proporcional a su
incapacidad para justificar con su escaso trabajo el sueldo que religiosamente
se le abonaba y que más parecía un impuesto revolucionario por cuota de
ineptitud que cualquier otra cosa.
A pesar de las sucesivas remodelaciones
de las condiciones y clasificaciones que su relación laboral exigía y que le
trajeron, como contrapartida a las sucesivas subidas de sueldo, la acumulación
de tareas adecuadas a su grupo, su habilidad para el escaqueo le había hecho
esquivar cualquier conato de actividad supletoria, siguiendo con el mínimo
imprescindible que justificara su presencia en aquella oficina. Parecía que
nada, y lo que es peor, nadie, pudiera conseguir que el citado sujeto trabajara
en serio alguna vez en su vida.
Siempre hemos pensado que, a
semejanza de los súper héroes de cómic, se levantaba todas las mañanas y se disfrazaba
con su traje de hipocresía, confeccionado en el vulcano infierno de la
estulticia, y con él puesto emprendía la ardua batalla diaria contra esa estupidez
tan malsana que para él era el trabajo. Como si estuviera recubierto de
vaselina, todas las tareas oficinescas resbalaban cuando tocaban su hermoso
traje yendo a parar a los compañeros que, para su desgracia, no poseían el
mismo atuendo. El mero intento de hacer que trabajara se convertía en una
especie de caza del cochino untado con grasa, inevitable en cualquier fiesta
popular que se precie. Se escabullía entre las intenciones con la zorrería de
quién, aparte de jeta, posee muchos años ganados en este tipo de escenarios.
Sin embargo, este esteta de la
inactividad, poseía un rasgo muy llamativo: su creída dignidad como trabajador
siempre estaba amenazada por cualquier rumor que afectara a su colectivo. En
ese momento se ponía al frente de las barricadas y arremetía contra todo
aquello que afectara a su derecho al trabajo, aunque ¿cuál, si no hacía nada?,
a unas condiciones dignas para ejercerlo, ¿no le valía con el periódico, el
crucigrama, Internet, etc? y a un salario digno ¿no le pagaban ya de más? La
verborrea estética que exteriorizaba en aquellos eventos solamente podía
provenir de su deseo de camuflar aún más su desfachatez diaria. Esta
contradicción siempre me ha resultado chocante, pues pone de relieve hasta que
punto este tipo de personajes viven en una realidad paralela que no se
corresponde con la cercana y palpable y que puede, no sé, ser el resultado de
una nueva especie laboral derivada de la evolución del homo sapiens hacía el
homo haragán.
De lo que estoy seguro, es que
si fuera verdad, éste sería el eslabón perdido. Mejor dicho, encontrado. Un
yacimiento de Atapuerca en sí mismo.
*Basado
en hechos reales. Todos los nombres, situaciones, referencias o matices han
sido suprimidos o ignorados para garantizar el anonimato. En cualquier caso, el
lector tiene libertad para completar dichos aspectos en base a su conocimiento
más cercano de situaciones similares, aunque la empresa no se hace responsable.
Pura realidad diaria, pero lo que mas pena me da, es que por las acciones de este tipo de sujetos (cada vez mas abundantes por cierto) cataloguen a un colectivo.
ResponderEliminarEl problema es que el colectivo, o algunos de sus representantes, han amparado este tipo de comportamientos por omisión, desconocimiento, etc, e incluso en algunos casos a defender lo indefendible en vez de posicionarse en contra de este tipo de comportamientos y a favor de su completa extirpación. Un saludo.
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