miércoles, 23 de julio de 2014

PATENTE DE CORSO

        Los días pasan y cada vez son más crueles. La guerra, acción preventiva la llaman los hipócritas de la agresión, se ceba con los más desprotegidos, como casi siempre, y su cruenta realidad hace vomitar de asco a la inteligencia, a la condición humana del hombre y a su ¿evolución? Ayer fueron siete niños, todos de la misma familia, los que fueron ejecutados sumariamente y sin posibilidad de defensa. En otra vivienda ahogaron de muerte a otros cinco. Otros cuatro murieron entre las ruinas de un hospital bombardeado por los elegidos de Dios. Y yo me pregunto: ¿de qué estúpido Dios? No, no se matan entre ellos, entre los que viven de esa posibilidad como forma de trabajo, sino que en su esquizofrenia militar identifican los edificios civiles, los hospitales… allí donde bulle la vida o se intenta recuperarla, como las amenazas más visibles contra su honor y su hombría de adictos a la muerte.

            ¿Y esta Europa que hace? Sus representantes abogan en sus manifestaciones públicas por el derecho a la defensa, pero en este caso, ¿quién tiró la primera piedra? ¿Quién dejó el derecho de todo un pueblo, el palestino, a vivir en la tierra de sus antepasados a merced de un supuesto derecho religioso, por el mismo motivo, contenido en un libro sagrado? A veces pienso que para este mundo occidental todas estas calamidades ajenas, en cualquier parte del mundo, se viven, desde la comodidad del bienestar, como si fuera un juego de rol en el que no existen víctimas reales. Sus declaraciones sobre la defensa proporcional y el respeto a las reglas del derecho internacional humanitario son solamente brindis al sol y actos de contrición farisea. ¿Acaso van a hacer algo, imponer sanciones, a los que las están incumpliendo? Pero lo más aberrante es que se acepten reglas sobre la cantidad y calidad de la muerte de inocentes, sobre su proporcionalidad y resultado.

             Y por supuesto, me niego a aceptar que deba contener mi rabia por esta macabra actualidad, en contraposición por lo acaecido antaño durante el Holocausto y La Segunda Guerra Mundial. En mi nombre no se puede utilizar esa patente de corso, parece ser que dada de por vida, para usarla como argumento omnipotente ante el resto de mundo y justificar todas las barbaries. Puedo entender el dolor de lo sucedido durante ese periodo, el horror de los que lo sufrieron la sinrazón consentida, pero no se puede intentar inocular ese sentimiento de culpa de por vida y aprovecharse eternamente de ello. En mi nombre, ¡NO! Hoy se han bombardeado los edificios de dos cadenas de información (ocultar la masacre), un edificio de la O.N.U. utilizado como refugio de civiles (¡qué gran amenaza!) y varias mezquitas (¿a fin de cuentas, el verdadero origen de todo?). Hoy ya son más de 600 los palestinos muertos, ¿es esa la línea de crédito que se solicitó? ¿Qué límite tienen abierto en el banco del remordimiento europeo ajeno? ¿Hasta completar seis millones?

            Me niego a soportar este chantaje emocional histórico. Porque aquello pasó, sí, pero se supone que aprendimos la lección de que algo, ni siquiera parecido, debe volver a ocurrir. Pero en este momento de lo que se trata es de no enlazar unos actos con otros y ver de forma objetiva los hechos de ahora mismo. Y esto nos lleva a muros y alambradas que conforman guetos, usurpación de bienes muebles e inmuebles, aniquilación del hecho inmaterial de ser, bloqueo económico, miseria, negación de futuro. ¿A qué nos suena todo esto? Dejemos que sean los pueblos, y no sus dirigentes y militares, quienes tomen las riendas de su propio destino como única formula para terminar con esta maquiavélica trama de la que se empeñan en vivir quienes tienen su corazón tan negro como sus razones para justificar sus vengativos actos.

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