viernes, 13 de diciembre de 2013

FALLO DE SISTEMA

Han pasado ya muchos años desde que este país, todavía llamado España, con mayúscula, no siendo que con la nueva ley me tachen de ofender a la patria, accedió a la democracia entre promesas y cantos de libertad. Años en que, mirándonos al espejo de una Europa que llevaba décadas practicándola, intentamos ponernos al día en esto de convivir los unos con los otros respetando sus ideas o, mejor dicho, su derecho a tenerlas. Bien es verdad que unas veces mejor y otras peor, pero siempre bajo el prisma de poder acceder al club de los países progresistas y en los cuales los ciudadanos tenían algo que decir en esto del gobierno de la nación.

Sin embargo, durante estos años de nuestra puesta al día, el espejo en el que nos reflejábamos fue variando su singladura derivando sin complejos hacia una Europa teñida de economía y de mercados, que fueron suplantando la esencia con la que se construyó. Los años de gobiernos orientados hacia la democracia social, el bienestar, la educación y el progreso humano, de gobiernos de puertas abiertas hacia el mundo, de mezcla y crecimiento basado en la sostenibilidad ciudadana, fueron barridos por políticas conservadoras, excluyentes para con los de fuera y, posteriormente, para parte de los de dentro.

España que, como siempre, ha llegado históricamente tarde a casi todo, fue desarrollando su modelo intentando conjugar su nuevo estado de libertad con las políticas, ciertamente reaccionarias, que habían ido infectando el modelo de convivencia europeo. Algo así como se forman las barajas de cartas de los bares de barrio: cada una son de su padre y de su madre. De esta manera, nos hemos plantado en la segunda década del siglo XXI con una democracia caduca, obsoleta, vieja, por la que parece que haya pasado mil años y con unos serios problemas de funcionamiento que desajustan su engranaje y encienden el testigo luminoso de fallo de sistema.

Y a fuerza de no querer ser nosotros mismos, imitamos cual monos de feria cualquier acción de nuestros amos y lo convertimos en dogma, llevándolo más allá de cualquier atisbo de razón con el objetivo de ser aceptados por la mayoría mafiosa y criminal que dirige los destinos de esta Europa, antaño faro de pensamiento y progreso. Decisiones de guerra total al estado solidario, pero, a veces, pequeños ataques más propios de guerra de guerrillas, que van minando el progreso conseguido y la confianza de que en un futuro recobremos lo perdido.

Pequeñas modificaciones en las leyes que, en realidad poseen un alcance mayor del que creemos, y que nuestra conformidad, nuestra desgana o nuestra estulticia, hace que adquieran carta de naturaleza y se consoliden en nuestra legislación. Hoy es un pequeño copago, pero que significa la quiebra de derecho a una sanidad universal y gratuita que ha sido modelo para otros países. Hoy es una pequeña tasa judicial, pero que significa la exclusión del derecho de defensa de la mayor parte de la ciudadanía y la entrega del poder judicial en manos de quienes nunca aceptaron que todos somos iguales ante la ley. Hoy es una pequeña modificación de la ley de seguridad ciudadana, pero que significa dejarla en manos privadas y ser detenidos e identificados por guardias jurados sin los mínimos conocimientos, algunos sin ni siquiera los estudios mínimos. Hoy es una pequeña modificación en la ley de prestación sanitaria, pero que deja fuera del sistema a los más desfavorecidos, precisamente a los que más habría que proteger si, como emigrantes que fuimos, fuéramos el país que siempre quisimos ser.

          Una larga cadena de pequeñas estafas electorales que han ido tuneando nuestra legislación hasta dejarla como esos vehículos que, ni acercándote, logras saber de que marca son. Pero, quizás, lo que se debería intentar, si es que alguna vez nos dejamos de tonterías y salimos a recuperar la calle, esa que ahora es otra vez de los de siempre, es liquidar de una vez por todas esas dos grandes mentiras del sistema democrático: la ley D’Hont y las listas cerradas de los partidos políticos. Aquélla porque solamente beneficia a los partidos mayoritarios y no permite que una gran parte de los votos lleguen al parlamento y a la acción de gobierno dejando a gran parte de los votantes sin representación y las listas cerradas porque su conversión en listas abiertas permitirá al ciudadano votar a los más capacitados, purgando y expulsando del sistema a los ladrones y a los estúpidos, verdadera lacra del sistema actual.

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