viernes, 8 de noviembre de 2013

TE DIJE QUE TE QUIERO MIENTRAS DORMIAS


¡Podría decirte tantas cosas que no me atrevo! Ahora, cuando los tenues reflejos solares se cuelan por la ventana e invaden esta habitación repleta de secretos en esta tibia mañana de otoño, y se acurrucan en tu espalda desnuda como si quisieran volver a dormirse y soñar con el verano de un tiempo ya tan lejano, navego por ella con mis dedos intentando no interrumpir tu sueño, contándote al oído todo mi recuerdo. A veces pienso que con ello violo tu silencio y me detengo, y sigo observando tu cuerpo con la memoria aún fresca por la homérica efervescencia apenas terminada. Resultado de un deseo cierto y consciente, nacencia mínima creciente en el cruce de caminos al que este viaje nos ha traído, o llevado, porque acaso la dirección no importe, sino solamente el sentido de la misma. El nuestro.
Mientras mis dedos siguen dibujando figuras en tu cuerpo, adaptándose a sus formas, a sus pliegues, a sus secretos, comienzo mil historias que espero no alteren el sueño que disfrutas. Con voz tenue, como comienzan todas las confesiones, o todas las declaraciones, te voy contando como he llegado a ti, después de tanto camino recorrido. Puede ser que carezca de importancia, yo también lo creo, porque para mí tampoco la tiene, pero recordar otro tiempo no tan feliz con la calidez de tu figura desnuda al lado de la mía, hace que se abra, quizás por última vez, sí, por última vez, el grifo de la fuente de la memoria, contabilizando los fracasos, el fracaso, y vistiéndolos de la patina de la compresión en esta hora en que, gracias a ti, agito mi mano dándoles su adiós definitivo.  
Cubierto con la máscara del olvido, teñida del rojo de la sangre de unas venas vacías de una vida que no llevan, mis ojos ciegos aprendieron un camino que no quisieron variar por temor a perderse en el abismo negro de la nada. La torpeza de un deseo sitiado por la ausencia, quebró el ánimo y me desposeyó de la aventura. Tiempo de silencio y oscuridad en la rutinaria plataforma de un cadalso construido por mi propia incapacidad para escapar de unas cadenas tan pesadas. En esa celda, que poco a poco se convirtió en una celda húmeda y mugrienta, los razonamientos se volvieron opacos, carentes, sin la consistencia que un día tuvieron y por la que nacieron, dando forma a una creencia falsa que a fuerza de empeño yo convertí en cierta.
Ahora te revuelves entre las sábanas y te refugias en mi cuerpo que responde ante nuestra mutua desnudez. Te sigo contando que fui aprendiendo a fuerza de golpes, como los boxeadores mediocres aprenden a dejar su oficio cuando ya su destreza ha huido ante tanta derrota. Caídas y recaídas se fueron sucediendo hasta la cuenta que anticipaba el final. Una derrota que, al fin, por primera vez, tomaba la forma de triunfo. Abandonar el último combate tan dañino, quitarse los guantes, bajar del ring y comenzar de nuevo. No amilanarse por el tiempo ya perdido, nadie tiene la culpa, somos lo que somos, y vivir el resto de ese tiempo con la densidad que equilibre la vacuidad de lo vivido. Redimirse ahora que los fantasmas del pasado han salido hacia un viaje sin retorno.
           Ahora me abrazan, en este despertar, todas las respuestas. Como dos fichas de un puzle imaginario se unen nuestras formas y siento como la temeridad, ¡porque no valentía!, ¿me darás el beneficio de la duda?, de este nuevo estado de ánimo me sitúa de nuevo ante la posibilidad de volver a sentir. Como ahora siento tu temperatura caldear la mía, como ahora siento tu pelo alborotado con el mío, como ahora siento tus labios como míos. La húmeda templanza de tu hallazgo ahora que te puedo seguir porque ya no estoy perdido.

2 comentarios:

  1. Cómo decirlo... delicioso, compañero.

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  2. Gracias, Lucía. Se que compartes este escrito desde la complicidad que da una forma de entender la vida. Un beso.

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