Ahora que he vuelto a
caminar por el sendero embravecido del amor, se me acortan los días y me faltan
mil noches para amarte. Un otoño desprotegido contra los embates de la
fascinación que me supones, apura su marcha hacia el invierno suturando las
heridas recibidas en el antaño sesgo de otras vidas ya olvidadas. Tengo la
certeza de que en este momento de una vida tan cercana a su mitad, aún
sintiendo el miedo al fracaso repetido, a la fragilidad de este inicio de
promesa, estoy preparado para soportarlo, porque a diferencia de otros miedos
más inaprensibles, este miedo es real, físico, mental, y eso es, ¿tú lo crees?,
bonito. Importante.
Acaso el tiempo fue convirtiendo los
finos hilos que gobiernan la intuición de todas las pasiones convertidas en
recuerdos, de todos aquellos amores traspasados, de todos aquellos desamores
arrinconados en la profunda pesadilla del intento, en gruesas sogas que
maniataron mis manos, que esclavizaron la fantasía y el futuro e impidieron que
volviera a amar. Pesada tramoya que movió a duras penas este cuerpo tan inerte
y gastado. Sin embargo, en ese momento en el que el tiempo procede a silenciar
en el baúl de todos los olvidos el juguete roto de añejas funciones ya ni
recordadas, abandonándolo hasta su mísera desaparición bajo sucesivas capas de
ceniza y ausencia, surgiste del silencio, una vez que sonaron las llamadas
vespertinas e hiciste que el viejo trasto, rescatado otra vez, por enésima vez,
volviera a ocupar la escena.
Me enseñaste a desprenderme de las
sogas del martirio sin más ayuda que mis manos. Poco a poco fueron devueltas al
cobertizo de la tristeza del que un día salieron como serpientes sin alma para
mortificar a los que aman. Una a una, fueron transmutadas en testigos de la
sutil ansiedad por conquistarte. El tiempo fue adelgazando su grosor hasta
devenirlas de nuevo en la fina seda que une unos ojos que no olvidaron a pesar
del tiempo que transcurrió, que une una mirada que te buscó insistentemente
hasta encontrarte.
Ahora tributo con generosidad por
aquel acto que significó tu conocimiento. Agilizo el paso y, mientras camino,
se va deshaciendo la cota de malla que ocultaba a mis ojos tu realidad más
inmediata, enganchada en el cruce de nuestros universos. Y se va destejiendo
como se destejían antaño los jerséis en manos de nuestras abuelas, línea a
línea, creando de nuevo la madeja en unas manos de niño en las que me reconozco,
y según me voy acercando a ti voy quedando desnudo, desposeído de este abrigo
malsano de la pérdida. Ahora puedo tejer nuevos ropajes con la tenaz
luminosidad que desprenden tus cabellos y, así, devolvernos mutuamente a la
vida.
Ahora, mientras escribo, creo que
son tus manos y las mías las que crean este texto. Una propuesta cierta con la
voluntad de compartirnos, mientras mis dedos, ahora libres, reciben la fuerza
de la razón que les transmites a través de los tuyos que los guían, convertidos
en hilos perdurables en la intención de una nueva obra que comienza. Porque amo
el teatro y las historias de amor que llevan dentro. Porque te fuerzan a
recordar, a rescatar del recuerdo como se ama.
Curar las heridas e ir disimulando apenas las llagas que
las sogas que dirigían el destino han ido dejando en el cuerpo lacerado.
Recibir las caricias postreras que alimentarán esta vida endurecida por el
ajado paso del tiempo. Y, ahora sí, bailar el tango que disfrutan las olas,
continuo vaivén de ida y vuelta, que nunca podrá terminar.
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