viernes, 14 de junio de 2013

NAVEGAR CUANDO EL MAR ES INFINITO


             Realmente, sin duda, ha sido un largo camino. O un largo paseo por el lado oculto, íntimo y personal que todos llevamos dentro. Una catártica y esclarecedora perspectiva sobre nuestros más profundos anhelos, aquellos que dejamos crecer en nuestro interior, aquellos que amamantamos, aquellos que cuidamos con mimo, porque en el fondo sabemos que nunca tendrán vida propia, salvo la que puedan vivir dentro de nuestros sueños. Esos personajes tan distintos entre ellos,  nuestros “yos” paralelos, que cohabitan con el yo que dejamos ver a los demás desde las bambalinas de nuestra falsa obra teatral. A veces pienso que toda esta locura proviene de llevar dentro tan variados personajes, cada uno con su libreto, intentado llevar a cabo la función que creen firmemente que deben representar, pero cuya voluntad choca de plano con la de los otros actores de nuestro yo real, haciendo que nosotros, ese cajón de sastre de voluntades propias y ajenas que somos, no sepamos de verdad hacia que lugar dirigir nuestra mirada real.
            Al igual que Fernando Pessoa, cuya obra está escrita y desarrollada bajo diversos heterónimos, seudónimos de si mismo, ese largo camino o paseo recorrido ha sido vivido o, más bien, protagonizado en sus diversos espacios temporales, en función del personaje que predominó durante su proyección principal. Creación de distintas vidas colaterales y diferentes a la principal, que sirvieron de apoyo a ésta última en su constante peregrinar, intercambiando estilos, modos y voces que de algún modo ayudaron a dificultar ante los demás la percepción de la verdadera voluntad de llegar del yo principal, haciendo cada vez más problemática la resolución del enigma en el que se convierte una realidad interpretada por quienes queremos ser en lugar de por quienes somos. Una plenitud irreal en cuyo absurdo literal se llega a la criminalización de lo realizado por un personaje amortizado cuando el siguiente prevalece, trayendo como resultado, ya que todos son uno mismo, que el yo principal llegue, a ojos de los demás, a renegar y abjurar de un tramo de su vida que un día les mostró como exitoso, consiguiendo que los demás lleguen a dudar de si alguna vez mostró su verdadero yo o si ha sido todo un engaño.
            Este camino o paseo puede servir, posiblemente, como travesía introspectiva, de conocimiento de uno mismo a través de los diversos personajes bajo los que se ha actuado, en el sentido más perdonable de la palabra. Sentados en formación circular, cada uno en su silla alrededor del yo principal, en rueda de interrogatorios, se pueden eternizar las conversaciones sobre los papeles asignados a cada uno de ellos. La autocrítica como regla principal y la crítica proyectada como recurso de escape. Hablar de uno mismo a través de nuestras creaciones más personales, enfrentarlas entre ellas sin que ni ellas se den cuenta de que todas son falsas. Y la preguntas surgen como puñales que cortan la sinceridad puesta en entredicho con la suavidad y la eficacia de un bisturí en manos de un cirujano: ¿actuó alguna vez el verdadero yo? En ese caso, ¿queda algo que guardar como verdadero? La única posibilidad de saberlo es enfrentar la realidad misma con la realidad ficticia y recoger las migas de la batalla.
            Así que llega el tiempo de terminar con la lateralidad consustancial de nuestra vida. Aunque ese hecho suponga perder parte de lo vivido, de manera ficticia, sí, pero vivido, es hora de volver al inicio despojándose de cualquier ropaje inadecuado. Regresar de la paranoia y hacerse preguntas sobre lo que de verdad hubiéramos hecho de no actuar bajo el paraguas de otra personalidad. De esta forma quizás sepamos quienes somos de verdad y los demás nos vean por fin fuera de las tablas. Pero eso es otra historia.

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