Realmente, sin duda,
ha sido un largo camino. O un largo paseo por el lado oculto, íntimo y personal
que todos llevamos dentro. Una catártica y esclarecedora perspectiva sobre
nuestros más profundos anhelos, aquellos que dejamos crecer en nuestro
interior, aquellos que amamantamos, aquellos que cuidamos con mimo, porque en
el fondo sabemos que nunca tendrán vida propia, salvo la que puedan vivir
dentro de nuestros sueños. Esos personajes tan distintos entre ellos, nuestros “yos” paralelos, que cohabitan con
el yo que dejamos ver a los demás desde las bambalinas de nuestra falsa obra
teatral. A veces pienso que toda esta locura proviene de llevar dentro tan
variados personajes, cada uno con su libreto, intentado llevar a cabo la
función que creen firmemente que deben representar, pero cuya voluntad choca de
plano con la de los otros actores de nuestro yo real, haciendo que nosotros,
ese cajón de sastre de voluntades propias y ajenas que somos, no sepamos de
verdad hacia que lugar dirigir nuestra mirada real.
Al igual que Fernando Pessoa, cuya
obra está escrita y desarrollada bajo diversos heterónimos, seudónimos de si
mismo, ese largo camino o paseo recorrido ha sido vivido o, más bien,
protagonizado en sus diversos espacios temporales, en función del personaje que
predominó durante su proyección principal. Creación de distintas vidas colaterales
y diferentes a la principal, que sirvieron de apoyo a ésta última en su
constante peregrinar, intercambiando estilos, modos y voces que de algún modo
ayudaron a dificultar ante los demás la percepción de la verdadera voluntad de
llegar del yo principal, haciendo cada vez más problemática la resolución del
enigma en el que se convierte una realidad interpretada por quienes queremos
ser en lugar de por quienes somos. Una plenitud irreal en cuyo absurdo literal
se llega a la criminalización de lo realizado por un personaje amortizado
cuando el siguiente prevalece, trayendo como resultado, ya que todos son uno
mismo, que el yo principal llegue, a ojos de los demás, a renegar y abjurar de
un tramo de su vida que un día les mostró como exitoso, consiguiendo que los
demás lleguen a dudar de si alguna vez mostró su verdadero yo o si ha sido todo
un engaño.
Este camino o paseo puede servir, posiblemente,
como travesía introspectiva, de conocimiento de uno mismo a través de los
diversos personajes bajo los que se ha actuado, en el sentido más perdonable de
la palabra. Sentados en formación circular, cada uno en su silla alrededor del
yo principal, en rueda de interrogatorios, se pueden eternizar las
conversaciones sobre los papeles asignados a cada uno de ellos. La autocrítica
como regla principal y la crítica proyectada como recurso de escape. Hablar de
uno mismo a través de nuestras creaciones más personales, enfrentarlas entre
ellas sin que ni ellas se den cuenta de que todas son falsas. Y la preguntas
surgen como puñales que cortan la sinceridad puesta en entredicho con la
suavidad y la eficacia de un bisturí en manos de un cirujano: ¿actuó alguna vez
el verdadero yo? En ese caso, ¿queda algo que guardar como verdadero? La única
posibilidad de saberlo es enfrentar la realidad misma con la realidad ficticia
y recoger las migas de la batalla.
Así que llega el tiempo de terminar
con la lateralidad consustancial de nuestra vida. Aunque ese hecho suponga
perder parte de lo vivido, de manera ficticia, sí, pero vivido, es hora de volver
al inicio despojándose de cualquier ropaje inadecuado. Regresar de la paranoia y
hacerse preguntas sobre lo que de verdad hubiéramos hecho de no actuar bajo el
paraguas de otra personalidad. De esta forma quizás sepamos quienes somos de
verdad y los demás nos vean por fin fuera de las tablas. Pero eso es otra
historia.
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