¿Qué hacía en aquel viaje?
Las últimas semanas habían sido duras. Algo se rompió en su interior y la
incertidumbre de no saber qué no le ayudaba. Eso sí, sabía el resultado y
estaba de acuerdo con él. Desde bastante tiempo atrás venía presintiendo que se
acercaba la hora de suturar la herida por la que se desangraba, por la que se
le iba yendo la vida con la pasmosa laxitud de los que se dejan ir. Años y años
enganchado a un imposible categórico cuya regeneración le supondría, a su
pesar, un alejamiento profundo en busca del antídoto, de la metadona espiritual
que lo insertara de nuevo en la vida, ahora sí, bajo una nueva perspectiva y
unos principios distintos. Separar todas las piezas y volverlas a montar para,
siendo el mismo, ser uno distinto.
Realizando aquel viaje, el mismo de
siempre, se sentía lateral. Por primera vez, después de tantos realizados,
todas las caras le resultaban extrañas, irreconocibles, como si se hubiera
introducido en viaje ajeno al suyo. No sentía la cercanía, la proximidad de
tantos años y las risas se antojaban lejanas. Una desconcertante indiferencia
se había ido apoderando de su estado de ánimo. Sí, necesitaba repensar de
nuevo, dudar de todo para hallar la verdad, su verdad, no debía ser cercano, o
al menos así lo creía con sinceridad, aunque su extraño comportamiento hiciera
daño y causara perplejidad. Pero no podía sincerarse con los demás si antes no
se sinceraba consigo mismo. Debía apurar su desaparición, llegar hasta el
límite, hasta la invisibilidad y observar con neutralidad y objetividad el
último recorrido para poder decidir si sería capaz de continuar sin que las
circunstancias le superaran de nuevo.
Y sin embargo, no era la primera vez
que le pasaba. Hace ya algunos años que también decidió dejarlo todo, pero una
persona importante en su vida, cercana en lo personal y lejana en la distancia,
se lo impidió. Con el razonamiento objetivo del que piensa con la claridad que
en aquel momento le faltaba a él, en la lejanía de su estado. Ahora echa en
falta esa posibilidad y le gustaría poder estar de nuevo frente a ella para que
le ayudara, de nuevo, a afrontar la misma circunstancia, que volviera a ser su
sicóloga de cabecera. Pero no puede ser, esto debe afrontarlo solo. Enfrentarse
cara a cara con el origen de toda esta frustración contenida, liberarse de
todas las ataduras, ser emocionalmente libre y superar el periodo de
desintoxicación para no volver de nuevo a caer en la más dura de las drogas, su
droga. Alejar la idealización y el deseo que te hacen despegarte de la
realidad. Hoy, desgraciadamente, solo cruza la tormenta por el camino
devastado, despojado de la razón más íntima.
Recuerda cuando era niño y sus
padres le llevaban a ver a los feriantes que en primavera se instalaban en su
ciudad. Horas de diversión circular, sin salida ni llegada, sin meta, subido en
los caballitos o en la noria. En la mano un algodón de azúcar o un cono de
caramelo. Sin embargo, lo que más le gustaba era la barca. Ese enorme artilugio
pendular que zarandeaba a los intrépidos que se subían a él, como si un mar
embravecido se hubiera instalado de pronto en el secarral mesetario y sus olas
voltearan realmente aquella barca. Pero, ¿por qué a él le gustaba colocarse en
el punto medio, aquél que realiza el menor recorrido, intentado guardar el
equilibrio sin asirse a ningún extremo? A lo largo de estos últimos años puede
que ese haya sido el error. No pertenecer a ninguno de los extremos, o en
realidad, participar de los dos, sin atreverse a tomar partido por ninguno, sin
atreverse a instalarse definitivamente en uno de ellos. Viajar en el punto
medio de la invisibilidad. O, como un puente, acercar las orillas para los
demás, tocarlas, pero sin pertenecer a ninguna. Ahora es la tercera vía, esa
vía muerta que camina sin remedio en dirección contraria al paraíso.
Padece y sufre la externalización de
su propia realidad. Participa en la misma, pero de forma paralela asiste como
espectador a su propia función, en escenas que nunca llegan a coincidir. La
perturbada percepción entre la vida que vive y la que cree vivir. ¿Cómo es
posible hacer coincidir ambos mundos? ¿Se puede? Acaso la única forma de
lograrlo sea renunciar a uno de ellos. Puede que haya sido eso, la aceptación
de que hay que renunciar lo que se rompió y provocó el caos. No lo sabe, pero
este nuevo viaje ha terminado con la llegada al destino. Podría ser el último,
pero tampoco eso lo sabe porque todavía no ha llegado la hora de realizarlo,
aunque cada vez la espera es menor.
Me alegra que estés de vuelta.
ResponderEliminarSe te ha hechado de menos.
Bienvenido.
Noelia