miércoles, 17 de abril de 2013

EL VIAJE DE RETORNO DESPUES DE LA TORMENTA


            ¿Qué hacía en aquel viaje? Las últimas semanas habían sido duras. Algo se rompió en su interior y la incertidumbre de no saber qué no le ayudaba. Eso sí, sabía el resultado y estaba de acuerdo con él. Desde bastante tiempo atrás venía presintiendo que se acercaba la hora de suturar la herida por la que se desangraba, por la que se le iba yendo la vida con la pasmosa laxitud de los que se dejan ir. Años y años enganchado a un imposible categórico cuya regeneración le supondría, a su pesar, un alejamiento profundo en busca del antídoto, de la metadona espiritual que lo insertara de nuevo en la vida, ahora sí, bajo una nueva perspectiva y unos principios distintos. Separar todas las piezas y volverlas a montar para, siendo el mismo, ser uno distinto.
            Realizando aquel viaje, el mismo de siempre, se sentía lateral. Por primera vez, después de tantos realizados, todas las caras le resultaban extrañas, irreconocibles, como si se hubiera introducido en viaje ajeno al suyo. No sentía la cercanía, la proximidad de tantos años y las risas se antojaban lejanas. Una desconcertante indiferencia se había ido apoderando de su estado de ánimo. Sí, necesitaba repensar de nuevo, dudar de todo para hallar la verdad, su verdad, no debía ser cercano, o al menos así lo creía con sinceridad, aunque su extraño comportamiento hiciera daño y causara perplejidad. Pero no podía sincerarse con los demás si antes no se sinceraba consigo mismo. Debía apurar su desaparición, llegar hasta el límite, hasta la invisibilidad y observar con neutralidad y objetividad el último recorrido para poder decidir si sería capaz de continuar sin que las circunstancias le superaran de nuevo.
            Y sin embargo, no era la primera vez que le pasaba. Hace ya algunos años que también decidió dejarlo todo, pero una persona importante en su vida, cercana en lo personal y lejana en la distancia, se lo impidió. Con el razonamiento objetivo del que piensa con la claridad que en aquel momento le faltaba a él, en la lejanía de su estado. Ahora echa en falta esa posibilidad y le gustaría poder estar de nuevo frente a ella para que le ayudara, de nuevo, a afrontar la misma circunstancia, que volviera a ser su sicóloga de cabecera. Pero no puede ser, esto debe afrontarlo solo. Enfrentarse cara a cara con el origen de toda esta frustración contenida, liberarse de todas las ataduras, ser emocionalmente libre y superar el periodo de desintoxicación para no volver de nuevo a caer en la más dura de las drogas, su droga. Alejar la idealización y el deseo que te hacen despegarte de la realidad. Hoy, desgraciadamente, solo cruza la tormenta por el camino devastado, despojado de la razón más íntima.
            Recuerda cuando era niño y sus padres le llevaban a ver a los feriantes que en primavera se instalaban en su ciudad. Horas de diversión circular, sin salida ni llegada, sin meta, subido en los caballitos o en la noria. En la mano un algodón de azúcar o un cono de caramelo. Sin embargo, lo que más le gustaba era la barca. Ese enorme artilugio pendular que zarandeaba a los intrépidos que se subían a él, como si un mar embravecido se hubiera instalado de pronto en el secarral mesetario y sus olas voltearan realmente aquella barca. Pero, ¿por qué a él le gustaba colocarse en el punto medio, aquél que realiza el menor recorrido, intentado guardar el equilibrio sin asirse a ningún extremo? A lo largo de estos últimos años puede que ese haya sido el error. No pertenecer a ninguno de los extremos, o en realidad, participar de los dos, sin atreverse a tomar partido por ninguno, sin atreverse a instalarse definitivamente en uno de ellos. Viajar en el punto medio de la invisibilidad. O, como un puente, acercar las orillas para los demás, tocarlas, pero sin pertenecer a ninguna. Ahora es la tercera vía, esa vía muerta que camina sin remedio en dirección contraria al paraíso.
            Padece y sufre la externalización de su propia realidad. Participa en la misma, pero de forma paralela asiste como espectador a su propia función, en escenas que nunca llegan a coincidir. La perturbada percepción entre la vida que vive y la que cree vivir. ¿Cómo es posible hacer coincidir ambos mundos? ¿Se puede? Acaso la única forma de lograrlo sea renunciar a uno de ellos. Puede que haya sido eso, la aceptación de que hay que renunciar lo que se rompió y provocó el caos. No lo sabe, pero este nuevo viaje ha terminado con la llegada al destino. Podría ser el último, pero tampoco eso lo sabe porque todavía no ha llegado la hora de realizarlo, aunque cada vez la espera es menor.  

1 comentario:

  1. Me alegra que estés de vuelta.
    Se te ha hechado de menos.
    Bienvenido.

    Noelia

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