Con la
premura del tiempo en los bolsillos me atrevo por fin a comenzar. Premura
descubierta de pronto, como si en todo momento hubiera estado disfrazando el
pretérito imperfecto del tiempo recorrido. Es así como el miércoles se acerca
amenazante de vacíos, de paréntesis sin relleno, de locuras sin amor. Sin querer,
me he ido deslizando por el precipicio finalista del mes y del año, fin del
mundo anunciado por los propagandistas del tremendismo mercantil, con la
ausencia calmante del repetido y coyuntural escenario del falso oropel
bienaventurado que no deja de nacer por estas fechas para regocijo de sus
lugartenientes terrenales.
Durante
todo este año nos hemos formulado todo tipo de oraciones. Hemos ido pasando de
las subordinadas de modo, como, a las subordinadas causales, porque, para
finalizar en las subordinadas finales. ¿Para qué? Nos hemos ido acostumbrando a
vivir con las preguntas sin buscar las respuestas, como si estas no existieran,
con la comodidad relativista de la ignorancia empírica. Hemos convertido
nuestra vida en un vulgar juego de la oca en el que vamos saltando solamente a
las casillas del olvido, aquellas que por un tiempo alejan los problemas
cotidianos de nuestra realidad más cercana. De oca a oca y tiro porque me toca,
Navidad; de oca a oca y tiro porque me toca, Semana Santa; de oca a oca y tiro
porque me toca, vacaciones; de oca a oca y tiro…pero ya no me toca.
Sin
embargo tengo la penosa sensación de que hace tiempo que nuestro futuro está
inmóvil en la casilla carcelaria. A nuestro alrededor se producen cada día
muestras de la descomposición moral que socava la estructura social de nuestra
comunidad. Hemos conseguido asumir como daños colaterales a nosotros las
desgracias ajenas, resultantes de una actividad política y económica que no ha
tenido, salvo contadas excepciones, la respuesta adecuada por nuestra parte. La
calle lleva meses llena de manifestaciones de los más variados colectivos:
funcionarios, médicos, enfermeras, policías, pensionistas, mineros,
trabajadores del naval, etc, pero tengo, no puedo ocultarlo, la triste
sensación de que estas acciones quedan demasiado aisladas dentro del
descontento general. Como si el puñetazo ideológico y social de dichas
manifestaciones al supuesto cerebro de este desgobierno del partido popular,
fuera encajado demasiado fácilmente por sus miembros, dopados, como parecen
estar, con la letanía cuartelera del orden y la ley marcial de su pensamiento
único. Después de meses y meses de manifestaciones solamente faltan por salir a
la calle, pero para celebrar su triunfo, precisamente quienes se están
repartiendo el botín de los últimos resultados electorales: banqueros,
empresarios defraudadores amnistiados, políticos corruptos, empresarios
destinatarios del desmantelamiento del sector público, jueces conservadores del
destino grande y libre, etc.
Resisten
en su cruzada, disfrazada de movimiento nacional, ante nuestro conformismo y
resignación. Se regocijan en sus cuevas de Alí Baba cuando aceptamos sin
levantar mucho la voz manifestaciones como la del Ministro de Justicia, Alberto
Ruiz Gallardón: “gobernar es a veces repartir dolor”, teniendo en cuenta que el
dolor siempre está repartido entre los más desfavorecidos y no entre sus
huestes aduladoras. O como cuando tenemos que escuchar al Presidente del
Consejo General del Poder Judicial afirmar: “da mala imagen que un Presidente
del C.G.P.J. viaje en clase turista”. Afirmación, que por exclusión, nos lleva
a la aseveración de que cuando el ciudadano normal viaja en turista da mala
imagen y, por tanto, somos culpables de no tener el poder adquisitivo
suficiente para viajar en bussiness. Aunque son más dolorosas estas palabras
cuando, en clase turista, se están yendo de este país numerosos trabajadores
cualificados, investigadores, etc, por no tener oportunidades de trabajo. Y ya
es sangrante que lo diga el Presidente del órgano que inhabilitó al juez
Baltasar Garzón por querer investigar los crímenes realizados en una de las
épocas más oscuras de la historia de España: la dictadura franquista.
Mientras
tanto, otra persona se ha suicidado cuando iban a quitarle la casa. Otro apunte
más en la cuenta de resultados de esos bancos saneados con fondos públicos y,
por lo que parece, con la sangre humana de sus clientes, servida en bandeja por
los políticos de turno. Y, en un alarde de cinismo mayúsculo, el Ministro de
Economía, Luis de Guindos, se saca de la chistera una ley para indemnizar a las
personas que fueron expoliadas a través de las opciones preferentes, eso sí,
siempre que se demuestre que haya habido mala praxis por parte del banco. Su
caradura le impide decir si esa mala praxis va a llevar aparejada la oportuna
sanción administrativa o penal contra quienes la perpetraron. Cualquier casa de
apuestas no nos daría nada por el resultado, de tan fácil que tiene la
respuesta.
No sé
si los mayas tenían razón y el fin del mundo está a la puerta de la esquina. En
este caso sería una putada que acabáramos la historia de la humanidad dirigidos
por la tropa de impresentables más palmaria que ha dado la clase política
española. En caso contrario, que solamente fuera el producto de la ingesta de
un variado cóctel de sicotrópicos, imitémosles y salgamos a la calle a
recuperar la verdadera democracia, esa que nunca quisieron aceptar.
P.D.
Un obispo chileno pide dejar en testamento todos los bienes a la iglesia antes
del fin del mundo. Con tal de no irse con los bolsillos vacios. Pero, ¿a que
hay algún imbécil que lo hace?
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