Ha pasado mucho tiempo. Aunque quiera,
las facciones de tu rostro se han ido desvaneciendo poco a poco, al igual que
tu figura camino de la espesa niebla del tiempo. Solamente queda tu nombre, que
no es poco. Ah! y tu melena rizada de color dorado que, como el sol creciente
de la primavera, se convirtió en mi faro. Se encontraron nuestros caminos,
hasta entonces desconocidos el uno para el otro, en el momento exacto en que
empezaba a subir las empinadas veredas de las verdes montañas de tu tierra, en
cuyas cimas pretendía declarar al mundo mi juvenil llegada. Y decidiste
escalarlas a mi lado. Éramos jóvenes, acaso muy jóvenes para eso que llaman
amor. Sin preocupaciones, vivimos nuestra particular primavera llenos del vigor
extremo de nuestros pocos años. Viviendo un mundo de adultos para el que nos
creíamos preparados. Y durante esos escasos años fuimos felices.
Consumíamos
a besos las escasas horas de nuestros encuentros y el ardor febril de nuestros
cuerpos regaba la tierra de nuestros dominios, más tuyos que míos, haciéndonos
partícipes del futuro que, ingenuamente, declarábamos compartido de por vida.
Cuanta sincera ingenuidad en los deseos. Fuimos ensañándonos mutuamente a
crecer y en ese proceso nos fuimos intercambiando pequeñas experiencias que
fueron construyendo nuestro edificio personal compartido y que, en mi caso, me
han ido acompañando a lo largo de esta vida. Así fuimos ampliando horizontes en
un lugar donde el horizonte esta tan cerca que prácticamente se puede tocar con
las manos, ayudados siempre por el mar impetuoso, como nuestros anhelos.
Hecho
de menos el mar, tú mar. O a ti. No, no debo engañarme. Puede que sea la
nostalgia de los pocos años entonces, ahora que la nieve empieza a colorear los
muchos de ahora. Un mar al que he vuelto recorriendo los mismos senderos de
entonces en un ejercicio de revisión vital y de recopilación de recuerdos que
deben ser revisitados en un ejercicio sistemático, recuperándolos de la tela de
araña en que se quedan envueltos con los años. Ningún recuerdo se debe perder
pues forma parte siempre de uno. Ese mar rompiente y salvaje que me enseñaste a
querer, pues formaba parte de ti. En el fondo eras, ¿aún eres?, la línea
acantilada donde chocan la tierra con sabor
a carbón extraída de la profundidad oscura y la marejada salina del mar de
fondo, mezclándose a partes iguales. Sólida y líquida a la vez.
De
pronto vuelvo a recordar esa alegría contagiosa que equilibraba ese punto
taciturno que a veces me embargaba. Y vuelvo a ver nítidamente ese cuerpo
pequeño y que a todas horas deseaba, moverse a mi alrededor y declinando en “u”,
característico de tu tierra, las palabras que tapaban mis silencios. Nunca
silencios de tristeza, sino de satisfacción infinita por haberte encontrado. Tu
vida llenó de apuntes y notas al margen la mía y dio consistencia al cuerpo de
texto en que me he convertido en la actualidad, enriqueciéndolo. Un libro que
empezó contigo y que, ahora que te recuerda, está escribiendo sus últimas
páginas.
En
fin, recuerdos impregnados con el olor a sidra de los llagares que íbamos
visitando de romería en romería. Bebedizo de amor que libábamos al calor de un
sol al que, en los atardeceres de nuestros días, le íbamos diciendo adiós, al
mismo tiempo que empezaba a juguetear con las cimas de las montañas hasta
esconderse detrás de ellas. Juntos bajamos a la planta catorce del pozo y
subimos a Cuna y Cenera y, poco a poco, acompasados, fuimos recorriendo años. Y
lo que era para siempre, terminó, como terminan los amores primigenios, de
muerte natural. Habíamos crecido y éramos conscientes de que el mundo tenía
numerosos horizontes que descubrir, muchas primaveras que disfrutar y muchos licores que libar. Pero fueron unos
años hermosos los vividos junto a ti. Dos seres jóvenes y libres agarrando la
vida con fuerza. Y por supuesto, siempre nos quedará El Ñeru.
A M.
bonitos recuerdos, de, en pasando la perruca y el carrascal de la lena. ¡¡como pasa el tiempo¡¡. chavalín ¡¡que bonitos recuerdos¡¡ eh.
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