Neutral, así te recuerdo. No dejando
traslucir ninguna emoción hacia el exterior. Con ese aura, para mí siempre
azul, pura y primaria, pero algo fría, que me empeñé en suavizar y convertir en
calor. Choque de dos culturas o dos maneras de entender la vida, tú tan
centroeuropea, racional y cartesiana, acaso la educación de tus primeros años
allá lejos, y yo tan mediterráneo y lúdico, intentando exprimir la juventud que
se me iba retirando de la vida, viviéndola intensamente y anteponiendo el valor
emocional que todos los actos tienen, hasta los más mundanos. Y así fue nuestro
encuentro.
En ese bar que era como nuestra
segunda casa. Nada de arrebatos de amor, que tú no te los permitirías nunca,
sino poco a poco, dejándome acercar al ritmo que tú marcabas y valorando en
cada paso lo acertado de tus acciones. Caleidoscopio de miradas cruzadas a
través de los espejos, que en realidad se convertían en segundas y terceras
miradas, como si cada una de ellas se reflejara por mil en los ojos del otro. Y
así fui venciendo tu sensatez y razón, ya que no eras libre. Pero, ya en ese
momento, yo tampoco lo era. Mi vida se había encadenado a ti y a través de los
espejos, como Lewis Carroll, había descubierto un mundo de vida y color al que
no estaba dispuesto a renunciar.
Y por fin nos amamos, dejando de ser
unos modernos Abelardo y Eloísa con su amor secreto y eterno. Un tiempo de vida
recorrido a gran velocidad. Tú agua y yo aceite en continúa batalla fundente.
Nuestra relación se convirtió en una gran batidora donde cada día nos
mezclábamos en movimiento continuo circular, intentando contrarrestar la
natural fuerza centrífuga, que a cada paso nos ponía a prueba, con un
ilusionante deseo de convivencia en común. Como dos grandes alquimistas,
conseguimos fundir en una las moléculas de nuestras distintas densidades.
Tiempo de complementación en el que las palabras de uno de los dos llenaban los
silencios del otro. Tú me enseñaste a definir mis colores y aprendí a ser más metódico
y reflexivo contigo, dejando atrás parte del país de nunca jamás. A cambio, tú
te fuiste haciendo un poco más sureña. Aunque, es verdad, solamente cuando
estabas a mi lado. Nadie nos podrá negar que este amor fuera trabajado, de
principio a fin, con el corazón.
Y así fuimos recorriendo la Ruta 66 de
nuestra relación. Carretera de dos carriles de una única dirección, separados
por una línea discontinúa que nos permitía traspasarla en cualquier sentido,
pero que nunca desapareció. Siempre con el miedo a que, en cualquier momento,
se nos presentara un cartel con la señal de desvío y que uno de nosotros,
oyendo la llamada telúrica de su original forma de ser, dirigiera su carril por
otros cuerpos y mundos sentimentales. Pero fuimos felices, o eso espero, en esa
lucha constante, batalla incruenta sin vencedores y vencidos, por intentar
llegar lo más lejos posible. Nunca pensamos, en eso estábamos de acuerdo, que,
a priori, los amores fueran para siempre. Ese amor está sobrevalorado. Y por
eso nunca nos sentimos distintos de los demás, al contrario, los distintos para
nosotros eran ellos.
Y ahora es cuando me asaltan los
recuerdos de cómo nuestra historia empezó y cómo llegó a su fin. Supongo que la
obsolescencia programada de nuestro amor acabó con él. Quizás tengan razón los
que dicen que los amores que duran son los que sus corazones son semejantes.
Pero se pierden la lucha de hacer posible lo improbable. El hecho de sentirse
vivo, como nos sentimos nosotros, mientras intensamente lo intentábamos. Nadie
nos podrá quitar lo vivido y amado. Aunque no salió bien, estuvo bien. Y eso es
lo que en el fondo importa. Y por supuesto, siempre nos quedará El Cambalache.
A M.
con esta filosofía de ver, encontrarás lo que te mereces. ¡¡expectacular tu forma¡¡
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