Hoy es día siete de enero y no tiene
sueño. Realmente no tiene sueños. La navidad ha llegado a su vida este año y ha
pasado de largo, como si su vida fuera una estación de tren olvidada en la que
ya nunca ningún tren tiene parada. Ni siquiera aquellos borregueros que paraban
en todas las estaciones y apeaderos de su recorrido, haciendo que los trayectos
fueran eternos. Pero, por lo menos, podía tener la ilusión de que en una de
aquellas paradas hubiera algo para él. Ya no existen encuentros, alegrías,
despedidas y tristezas. Ha tenido un año en el que poco a poco le han ido, a
todos nos han ido, quitando la alegría de vivir el futuro. Hay más tristeza y
resignación y todo se ha ido tiñendo del color gris de la ceniza. Se hacen
esfuerzos por aparentar que todavía es posible disfrutar del día a día pero las
fuerzas no dan para más. Hasta en las calles ha notado la falta de niños con
sus juguetes en el día de Reyes.
Reflexiona
sobre qué hicimos tan mal para que El Flautista de Hamelin, como en el cuento, se
haya presentado de pronto y, volviendo a tocar su música, se haya llevado todas
nuestras ilusiones y todos nuestros sueños. Con él también se han ido la razón,
la fuerza de la verdad, la coherencia, la solidaridad. Todas aquellas cosas que
hacían que fuéramos hacia adelante con esa ilusión ahora desaparecida y
forjando nuevos sueños producto de retos por conquistar. De no utilizarlas se
las ha llevado, ya que no hemos sido acreedores de tales dones y si, en cambio,
de la resignación más miserable para con quienes nos están haciendo daño. Nota
que para él cambiar de año es solamente una referencia más en la medida del
tiempo que nos hemos marcado y el siete de enero, el veinticinco de marzo, el
ocho de agosto o cualquiera de las fechas del año anterior, o del anterior, son
tan parecidas, que si le dijeran que seguimos en el dos mil ocho, él lo
creería. Como alguien que hubiera entrado en coma y que al despertar le hubieran
dicho que solamente han pasado siete días, habiendo pasado dos años, y al echar
una mirada alrededor notara que, efectivamente, nada ha cambiado.
A diferencia del cuento,
esta vez los niños se han salvado. Ellos no entienden de economía, de
diferenciales y de todas esas palabras hechas a la medida de quienes no desean
compartir la verdad de sus intenciones con el resto de los mortales. Los niños
han esperado hasta el cinco de enero para que sus magos particulares les
traigan los regalos que tantas veces han imaginado en sus sueños. Ellos no
tienen la culpa de la torpeza de los mayores y de sus sueños de grandeza.
Hemos
convertido a esta humanidad en una mierda y ahora nos encontramos en manos de
quienes solamente ven las soluciones en el dinero, poderoso caballero. Nunca no
hemos puesto a pensar en lo que vamos a dejar a los que vengan luego. Sufridos
y explotados, ya no ponemos más huevos para hacer frente a las vejaciones que
día a día nos acechan en un mundo del que somos culpables. El hecho es que de
tanto clamar al cielo nos hemos quedado con el infierno. Intentado mirar para
otro lado cuando ciertas noticias nos desgarran el corazón por injustas,
sabiéndonos un poco culpables de las mismas. Nos harán un mundo a su medida
haciéndonos creer que somos los causantes de la situación y estaremos
destinados, una vez asumida nuestra condición de condenados, a soportar los
esfuerzos para salir de la crisis volviendo nuestra vida más apagada, mientras
ellos siguen disfrutando de su posición económica favorable.
Habrá
que llenar las calles y los palacios de pintadas, escritas con trazo grueso, gritando
al viento que quizás la única solución sea alejar a estos locos del poder
cambiándolos por niños.
yo creo, que llenar calles y palacios o ayuntamientos no estaria mal,pero de ciudadanos cabreados, ¡¡las pintadas ya las tenemos¡¡, pero esas no dicen nada, necesitamos salir y salir ¡que ya esta bién¡ y esto no empezó. ¡¡enhorabuena¡¡ gaitoninn
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