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¿Porqué no subir siempre al avión? |
Hacía tiempo que la ciudad gris en la
que vivía había virado hacia colores amarillos y terracotas. La primavera
tocaba a su fin y el verano entraba con toda la energía de un sol en su
plenitud, abrasador en algunos momentos. Se respiraba otro aire, aunque no se
podía asegurar que fuera más puro. Aún así, tenía más ganas de que lo improbable
se hiciera realidad, de ir en contra de los pronósticos y salir a la calle, a
pesar de que los acontecimientos ocurridos en el país en el último año habían
ensombrecido la vida cotidiana, instalando el miedo y la resignación en el
futuro por llegar.
Fue así como la recordó de pronto.
¿Qué habría sido de ella? ¿Qué habría sido de los dos, si él hubiera tenido el
valor de hacer saltar por los aires su vida y empezar una nueva a muchos
kilómetros de aquí? La distancia y la propia dinámica vital de cada uno habían
establecido la incomunicación lógica de este tipo de situaciones difíciles y
complicadas de llevar al éxito. De todas formas, ninguno de los dos había hecho
mucho por su relación. Él, desde luego, nada.
En aquellos días lejanos, le había
pedido a la Diosa que le concediera la dicha de tenerla para siempre, respira
su aliento y espiar su alma. Aunque nunca se había hecho muchas ilusiones.
Pensaba que ella no tenía nada en común con él. No se dio cuenta de que una de
las causas de la atracción entre dos personas es encontrarse uno mismo en ese
otro elegido y desde allí, amar sus diferencias. En su descargo podía decir que
lo suyo había sido amor real, y no enamoramiento, que es egoísta. Pero su
tendencia a la desesperanza lo había desmovilizado emocionalmente y se había
quedado quieto aguardando el tiempo en que ella, cansada, diera el paso a un
lado.
Desde entonces no había hecho mucho
más. Los pájaros de su cabeza le hacían vivir muchas vidas al mismo tiempo,
olvidándose de vivir la suya real. Aún así, se sentía, relativamente feliz, buena
persona. Disfrutaba de las pequeñas cosas, paseaba por el parque y se sentaba a
ver pasar esa serpiente marrón, que llaman Duero, corriendo hacia el ocaso,
intentando ganar al sol en su carrera.
Alimenta su alma con trozos de vidas
imaginarias que nunca se convierten en realidad. No se arrepiente de cómo es,
incluso siente la alegría propia del que sabe que no está solo, porque hay
muchas personas como él: melancólicas, románticas, con un toque de
desesperanza, para las que todo amor, es el gran amor. Detenidas por no
sentirse partícipes de un mundo cretino y material, en el que lo emocional
carece de valor.
Él todavía busca la belleza, aunque sea
en un charco de barro y mira insolente y altivo a la vida mecánica y al amor
convencional, sin riesgo ni exigencia, sin pasión, comprado en los saldos de unos
grandes almacenes, en los cuales se oye una voz en off: “hagan su compras en la
quincena del amor, descuentos de hasta el 70%”.
En una de sus vidas imaginarias la
veía de nuevo y se encontraban. Era lo único que le quedaba.